baBitácora ArquitecturaBitácora Arq.2594-08652594-0865Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Arquitectura10.22201/fa.14058901p.2017.35.59716EnsayoEl desmontaje del socialismo real o lo que resta de Lenin. Un ensayo sobre los monumentos indeseados de BerlínThe dismantling of real socialism or what remains of Lenin. An essay on unwanted monuments in BerlinPrietoJimena A.*Licenciada en Filosofía, Maestría en Filosofía y Estudios Culturales Latinoamericanos Humboldt-Universität zu Berlin, Berlín, Alemania, e-mail: japrieto@gmxdeHumboldt-Universität zu BerlinHumboldt-Universität zu BerlinBerlínGermanyjaprieto@gmxdeJan-Mar2017358895Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons
With the pretense of a recently inaugurated exhibition in Berlin, the author reflects -by means of a continuous registration essay- on the historical moment where the monuments of socialist Germany were removed from the public realm. The important example of the removal of the statue of Lenin in Berlin (1970) alludes to the problem of monuments that have a positive ideological meaning for one political system while becoming unwanted for another (West Germany). In the reunited Germany of the nineties, a narrative for the collective memory was established to support the new reunified identity. However, the past in which two opposing systems coexisted in a divided city appears to be neglected. The landscape of monuments in Berlin will be subjected to certain semantic corrections
Con el pretexto de una exposición inaugurada recientemente en Berlín, la autora reflexiona, en un constante registro ensayístico, sobre la fase histórica en la cual los monumentos de la Alemania socialista fueron eliminados del espacio público. En el sobresaliente ejemplo del desmantelamiento de la estatua de Lenin de Berlín (1970), se alude al problema de los monumentos que, para un sistema, están dotados de una semántica ideológica positiva, mientras que para otro (Alemania Occidental) se convierten en indeseados. La Alemania reunificada de los años noventa se encargó de seleccionar una narrativa de la memoria que apuntala la nueva identidad reunificada. Sin embargo, aquel pasado, en el que coexistieron dos sistemas opuestos en una ciudad dividida, parece ignorado. El paisaje de los monumentos en Berlín estará sujeto a ciertas correcciones semánticas.
La cabeza del Lenin de Berlín reposa en la Zitadelle, Berlín. La exposición fue inaugurada el 28 de abril de 2016 Fotografía: Jimena A. Prieto
Lenin, o al menos lo que toca a su colosal cabeza, por fin parece encontrar reposo en la más antigua fortaleza de Berlín, la Zitadelle. Desde que la exposición permanente “Al descubierto: Berlín y sus monumentos” fuera inaugurada -en abril de 2016-, no han dejado de acudir visitantes y curiosos a cruzar una mirada con el líder bolchevique. Un letrero señala que está permitido tocar la masiva pieza; por cierto, el único resto de lo que algún día fue la estatua de Lenin, tallada en la Moscú soviética de los años sesenta, un encargo del dirigente del Partido Socialista Alemán, Walter Ulbricht. En 1970, la estatua fue inaugurada pomposamente en una plaza del entonces Berlín Este y acudieron a la ceremonia más de 200 000 camaradas socialistas de todo el mundo. Al caer el socialismo, el encanto exhortativo que mágicamente irradiaba el Lenin de piedra se desvaneció por completo; la nueva Alemania decidió erradicar del paisaje urbano de la memoria al líder revolucionario. Hace tiempo que el socialismo ha dejado de ser real. Ésa es quizá la razón por la cual la cabeza del Lenin de Berlín, que por más de dos décadas yació bajo tierra, nos contempla de nuevo y para siempre desde los espacios de la memoria museística.
Lenin sale de escenaDestruir es privilegio de los vencedores,sacrilegio para los vencidosMartin Warnke
La película Good Bye Lenin fue estrenada en 2003. Escasos 14 años habían pasado desde la caída del Muro de Berlín y poco más de 12 desde el colapso de la Unión Soviética. A pesar de que el gobierno alemán se había esforzado por más de una década en pulir las diferencias entre el Este y el Oeste, las huellas del pasado socialista no serían fáciles de eliminar. “El muro de cemento fue demolido hace varios años,” escribía un periodista en Berlín “pero un muro invisible sigue imponiendo su línea divisoria entre el este y el oeste de la ciudad.”1 ¿No suponía tal visión de las cosas, tal persistencia de la línea divisoria, que la reunificación de Alemania no llegaba a consumarse? El llamado “cambio”2 no solamente había tenido lugar mediante la instauración de una democracia parlamentaria y una diligente reestructuración de la economía planificada hacia la del libre mercado. Ya en los años siguientes a la caída del Muro, “reunificación” se traducirá en todos los sectores de la vida pública en términos de una eficaz y pronta integración a Occidente, a sus valores, a su discurso cultural y, por así decirlo, a su idiosincrasia: su “particular temperamento.” Es claro que este proyecto de tan vastas dimensiones no podía ignorar en su agenda el programa urbanístico, empezando por Berlín, la capital recuperada. Mientras que, por una parte, había que eliminar en esta ciudad, y de acuerdo con los nuevos intereses, las huellas tangibles del Estado que había dejado de existir el 3 de octubre de 1990, por otra, había que reconstruir y reestructurar aquellos ruinosos espacios urbanos y de precaria infraestructura, aquella Alemania Oriental, olvidada casi de la mano de Dios y gobernada en un espacio de 40 años por un partido represor y dictatorial. Así al menos podían interpretarse las acciones encaminadas a pulir las diferencias entre el este y el oeste de la ciudad.
Escena de Good Bye, ¡Lenin!, de Wolfgang Becker, Alemania, 2003
Los turbulentos días en que el Muro comenzaba a ceder en Berlín Este constituyen el histórico escenario sobre el que se juega el destino de los personajes en Good Bye Lenin. A lo largo de la historia de la familia Kerner, el espectador es confrontado con el súbito desmoronamiento de la cultura socialista, enraizada hasta ese momento en todos los gestos y rituales de la vida cotidiana; es también el microcosmos de los Kerner desde el que se insinúa ingeniosamente cómo las mentiras y apariencias eran elementos constitutivos de la desvanecida República Democrática Alemana. Sin embargo, la confrontación cultural entre el Este y el Oeste es sin duda el rasgo más emblemático de la película. Mientras que algunas escenas representan la diligente penetración del capitalismo y sus clásicas insignias en el territorio socialista, en otras somos testigos de la pronta liquidación del sistema socialista en el espacio público; vemos una valla publicitaria de Coca-Cola al momento de ser desplegada, cubriendo con sus desmesuradas dimensiones el muro lateral de un edificio en la plaza central de Berlín, Alexanderplatz. Por otra parte, el voluminoso y bien trajeado torso de un Lenin en bronce produce efectos casi irrisorios al ser mecido con una grúa por los cielos de la ciudad, una vez desacoplado de su pedestal. Es en esta última imagen, la del desmontaje del Lenin de Berlín, en la que se condensa con cierta ironía el melancólico mensaje de la película: todavía no acababan de enterarse los ciudadanos de Berlín Este de que el sistema socialista se desmoronaba en cuestión de segundos, cuando ya comenzaban a ser liquidados monumentos y reliquias propias de su “memoria colectiva,”3 y ocupaban su lugar las “sagradas” insignias del capitalismo avanzado: Coca-Cola, Ikea y Burger King.
De un día a otro
El derrumbe del socialismo fue muy repentino, como bien lo muestra en su formato tragicómico Good Bye Lenin. Súbitamente desaparecerán monumentos, banderas e insignias, nombres de calles y edificios gubernamentales; desaparecerán incluso educadores, profesores universitarios, funcionarios públicos con todo y sus funciones y, por encima de ello, desparecerán los gobernantes. En un lapso de pocas semanas, la RDA pasará a ser historia. “De un día a otro,” como suele decirse, el sistema entero de referencias socialistas se develará como una farsa, por lo que sus esculturas de héroes tallados para la eternidad aparecerán bajo la nueva razón como meras manifestaciones de un poder aborrecible. En la mejor de las suertes, las esculturas socialistas estarán destinadas a convertirse en objetos museísticos por lo que dejarán de cumplir con su originaria función de transmitir un mensaje impuesto e ideológico. Es como si los símbolos que con voluntad de bronce y de granito poco antes habían hecho alarde desde sus elevados pedestales del triunfo del socialismo real, comenzaran a perder masa y volumen. Alemania Oriental -comenta un historiador- “se convierte repentinamente en un pasado por completo acabado y, por ende, en uno de aquellos temas que ocupan con persistencia y obsesión a los historiadores;”4 la tarea del historiador consiste en determinar el lugar que ocupa el socialismo en la totalidad de la historia alemana.
Pocos días antes de la inauguración del monumento, Nicolai Tomski controla las últimas cinceladas Fotografía: Junge Heinz, 1970. Fuente: Bundesarchiv
Pero no solamente en Alemania Oriental; en todos los Estados que dejan de pertenecer a la Unión Soviética, los héroes de la Revolución de Octubre abandonarán sus pedestales, unos más pronto que otros. Si se trata de un acto de desmantelamiento con evidente carácter simbólico, habría que empezar por preguntarse: ¿se hacía necesaria la eliminación de tales emblemas del espacio público?, ¿acaso testificaba su sola presencia un pasado abominable? Aun cuando el sistema socialista había sido vencido, ¿era legítimo remover sus monumentos del espacio público?5
Cualquiera que sea la respuesta a estas preguntas, la serie de acciones destinadas a destruir
“la herencia de la era comunista”6
no podía pasar inadvertida para las instancias dedicadas a la conservación de
monumentos históricos en Europa. Un congreso celebrado en Berlín, auspiciado por el
Icomos de Alemania,7 se ocupó de
reflexionar en 1994 sobre el insoslayable problema de la herencia comunista en el
espacio urbano (monumentos, murales, nombres de calles, mausoleos y, no de menor
importancia, edificaciones gubernamentales): ¿se trata de indicios de otra época -se
preguntan los especialistas- dignos de ser conservados en virtud de su carácter de
testimonio histórico, político y cultural?, más bien, “¿hay razones de peso que los
destinen legítimamente al ‘basurero de la historia’?”8 Lo cierto es que en varias ciudades del este de Europa
las estatuas socialistas fueron eliminadas del espacio público por órdenes de los
nuevos gobiernos; en otras ocasiones fueron destruidas por un pueblo encolerizado.
Destaca el caso del monumento a Félix Dzierzhinski en Moscú: en el verano de 1991,
una ola de manifestantes derrumba y destruye a mazazos la imagen del fundador del
servicio secreto soviético, la terrorífica Čeka. No obstante su carácter violento,
se trataba de una acción realizada con el beneplácito del gobierno de la incipiente
Federación Rusa.9 Sin embargo, el
ejemplo más característico, común a todos los países que antaño se encontraban tras
la Cortina de Hierro -y que inspira felizmente al cineasta Wolfgang Becker-,10 es el de las colosales figuras
talladas “a imagen y semejanza” del líder de la revolución bolchevique, Vladímir I.
Lenin. En este contexto es digna de mención una enigmática escena en La
mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, 1995). Una vez “descuartizado” el
coloso, sus piezas se trasladan hacia “el pasado” en un carguero, a lo largo de un
onírico e interminable Danubio. Ya que las oprimentes fuerzas del socialismo han
sido ahuyentadas -de acuerdo con el mensaje de la película-, en el proceso de
gestación de una nueva identidad, el este de Europa (Albania, Rumania, Serbia y
Bosnia) entrega a sus habitantes a dolorosas guerras étnicas. Lenin unificador ha
quedado atrás.
El cuidadoso desarme de los héroes
En la vida real, la “caída” del Lenin de Berlín tuvo lugar en noviembre de 1992, en medio de una ola de protestas en contra de su desmontaje. La estatua de 19 metros de altura, en granito rojo ucraniano, había sido solemnemente inaugurada en 1970, en un barrio de trabajadores de la entonces Berlín socialista. El entonces presidente de la Academia de las Artes de Moscú, Nicolai W. Tomski, recibió el encargo por parte de Walter Ulbricht de esculpir un Lenin, con el fin de celebrar el centésimo cumpleaños del líder bolchevique, el 19 de abril de 1970. Durante su desmontaje, mientras que una iniciativa conformada por artistas, ciudadanos y especialistas en conservación de monumentos reivindicaba con vistosas acciones “el derecho de Lenin” a permanecer en su elevadísimo pedestal, la voluntad de las instancias administrativas, representadas por el gobierno senatorial de la ciudad, parecía inquebrantable: las autoridades estaban dispuestas a hacer caso omiso a toda suerte de manifestaciones populares y cartas de apelación.
El monumento a Lenin en la plaza del mismo nombre, ahora Plaza de las Naciones Unidas, Berlín Fotografía: Joachim Thum, F 4.10.1991. Fuente: Bundesarchiv
La antigua Plaza Lenin fue rebautizada en 1992 con el nombre de Plaza de las Naciones Unidas. Fotografías: Jimena A. Prieto, 2016
Finalmente, el Senado de Desarrollo Urbano de Berlín dio luz verde para desmontar el coloso y “extirparlo” de la asimismo denominada Plaza Lenin.12 El nombre de la plaza desparecerá poco después; al ser rebautizada en 1992 con la inocua denominación de Plaza de las Naciones Unidas. En el sitio que otrora ocupaba el Lenin fue colocada una fuente circular conformada por cinco bloques de granito burdamente esculpido. Los bloques, de cuyos centros brota agua incesantemente, quieren representar los cinco continentes del mundo; así al menos reza la inscripción al pie de ellos.
¿Tiene validez aquella postura que legitima eliminar del espacio público monumentos y esculturas con el argumento de que el pasado históricamente dado es una temporalidad clausurada? Para Volker Hassemer, el senador que promovió con éxito el desmontaje del Lenin de Berlín, se trataba de una escultura enraizada indisolublemente en un “régimen de violencia,” cuyas semillas habían sido sembradas por el mismísimo Vladímir I. Lenin: el fundador del partido bolchevique “se encargó de erigir el primer campo de concentración y de fundar el terrorífico servicio secreto, la Čeka.”13 Para Hassemer, la cuestión era simple: Lenin no era digno de tener un sitio en el paisaje de los monumentos históricos de la capital de la “nueva” Alemania. Su desmantelamiento indicaba a todas luces que tal régimen dictatorial y su amedrentador sistema de vigilancia quedaban atrás. En efecto, una estrategia que sancionaba el desmantelamiento de esta suerte de héroes consistió en interpretar el significado y el valor de tales tallas, circunscribiéndolas a un pasado acabado y, desde el presente de los años noventa, a un lapso histórico devaluado. Curiosamente, lejos de haber sido derrumbado por un pueblo encolerizado, en Berlín hubo una serie de protestas en contra del inminente desmantelamiento del Lenin, una vez que el alcalde de Berlín anunciara públicamente que en “su ciudad no tienen cabida los símbolos de una dictadura regida por la persecución y el asesinato.”14 Con el fin de no herir sensibilidades en el Este, pero sobre todo, para no causar mayores escándalos, fue necesario que la nueva administración encontrara razones de peso que legitimaran el “cuidadoso desarme”15 del héroe.
Un especialista en conservación de monumentos, Michael Petzet, llamó la atención en el senado antes mencionado sobre la siguiente lectura: si bien la mayoría de los “Lénines” había surgido como monumentos deseados y con una determinada intención (con fines de promoción ideológica, ya que uno de los instrumentos predilectos de la política simbólica comunista había consistido en imponer el culto a sus héroes), después de la caída del Muro pasaban a ser monumentos indeseados, testimonios de una época connotada negativamente (un régimen dictatorial y antidemocrático), además de que “la sociedad para la cual habían sido creados había dejado de existir.”16 La tesis de Petzet entraña claramente una determinada lectura de la historia: si la época del socialismo es leída como una fase histórica adversa al bienestar de una comunidad, y si los habitantes de tal sistema constituyen un determinado grupo social -con determinadas creencias y valores- que puede “dejar de existir” o que, al menos, es capaz de superar sus antiguos valores y creencias, eliminar sus monumentos de la vía pública resulta a todas luces un acto legítimo, fundado en la nueva razón libertadora y democrática. Una opción a favor de la conservación de tales monumentos ideológicos -ya que rara vez a tales obras llega a atribuírseles un valor estético- sería poder recubrirlos de una nueva semántica, por ejemplo, revestirlos de un significado artístico y de protesta. Así, nada más alegre que un tanque del Ejército Rojo pintado de rosa por un grupo de activistas nocturnos. Otra posibilidad sería dotar al mismo monumento de una distanciada lectura que refutara incluso la lectura original: en lugar de que el ciudadano del siglo XXI se encuentre frente a un monumento dedicado a la memoria de un héroe, está ante un objeto simbólico-exhortatorio.17
En 1991 es pintado de rosa este tanque del Ejército Rojo, en una operación artística nocturna Fotografía: David W. Cerny / Reuters
¿Un discurso restaurativo?
Más de una vez, el debate en torno al desmontaje del Lenin de Berlín ha sido interpretado como el comienzo de un nuevo discurso de la memoria, sobre todo en la difícil constelación de la emergente Alemania reunificada. La delicada cuestión de qué hacer con los indicios simbólicos del socialismo real, ya fueran monumentos, edificios o incluso rituales inscritos en la vida cotidiana, implicaba decantarse políticamente por una determinada interpretación y valoración de aquel pasado inmediato, es decir, por una cierta selección y conformación de la narrativa histórica.
Hay que decir que los monumentos ideológicos que la Alemania socialista dejó montados al momento de derrumbarse, como quien deja tras de sí sus propios restos, eran el tangible testimonio de la conflictiva coexistencia, en una ciudad dividida, de dos sistemas políticos radicalmente distintos. Justo en tal oposición podría residir el valor histórico de las estatuas.18 Pero la política y sus discursos tienden más bien a ser unificadores. Un problema que comenzaba a perfilarse en los espacios de la política simbólica de la nueva Alemania en los años noventa era unificar los dos discursos discordantes de la “memoria colectiva,”19 dos discursos que habían servido a sistemas políticos radicalmente distintos, por no decir opuestos y enemistados entre sí. Desde tal perspectiva, la “cultura histórica hendida” es considerada como “el último y más difícil obstáculo” en el proceso de la reunificación. Resultará fundamental para estos fines, y a futuro, “la producción deliberada de una nueva identidad colectiva, por decirlo así, la identidad reunificada de los alemanes.”20
La siguiente anécdota resulta significativa en este contexto: una vez desarmado el Lenin en 1992, sus 129 piezas resultantes fueron depositadas y enterradas en un bosque de las afueras de Berlín, en la región de Köpenick. Muchos años después, un senador tuvo la idea de montar una exposición en torno a la memoria colectiva expresada por los monumentos del socialismo que había sucumbido. Esta iniciativa levantó tales pataleos entre los partidos conservadores que el senador optó por olvidarse del proyecto: “La historia ideológica de la izquierda -así argüía un representante del conservador CDU en contra del proyecto- pertenece exactamente allí, donde el monumento a Lenin se encuentra: profundamente bajo tierra.”21 Esta frase, que devela una postura de desvaloración en torno a los testimonios de la RDA, pone de manifiesto la tensión histórica entre la Alemania reunificada y su pasado escindido: el Lenin no quería leerse como símbolo testimonial de una determinada fase de la historia alemana reciente, una que por cierto se había dado como consecuencia de una guerra desatada por la misma Alemania. El Lenin y otros monumentos fueron considerados por la política oficial como aquella negatividad que había que dejar “bajo tierra.” Bien lo escribe la historiadora Anke Kuhrmann en su estudio sobre el igualmente desmantelado Palacio de la República: de qué manera son tratados los monumentos y con qué narrativa nacional o religiosa son enfocados o reinterpretados, depende de la memoria que las instancias regentes de un país quieran impulsar o de los restos que convenga eliminar. Por consecuencia, apunta Kuhrmann, “todo acto en el contexto de la conservación de monumentos es sin duda alguna un acto político [...] Mantener una edificación significa también conservar la memoria de las circunstancias en que fue edificada. De la misma suerte, si lo que se tiene en mente es eliminar un pasado inaceptable o simplemente reprochable, se busca la manera de destruir o mutilar sus monumentos.”22
Una vez restablecida Berlín como capital de Alemania, la voluntad política ha marcado consecuentemente, y de acuerdo con sus intereses, las pautas del discurso histórico que se debe representar. Así también ha ido seleccionando los símbolos adecuados para la historia de la nación. Entre memoria y olvido, el quehacer político elige iluminar los momentos históricos idóneos para la narrativa de la nueva nación reunificada. Es en este momento que habría que prestar máxima atención al nombre con el que se entendió el proceso de unificación de las dos Alemanias, a saber: reunificación. En este término se condensa semántica pero indirectamente el acto de restaurar un estado de cosas interrumpido en 1949, al haber sido fundada la Alemania del sector soviético. O, dicho de otra manera, los 40 años de socialismo aparecen con el enfoque de la reunificación como “un camino especial,” una especie de “error” o mal necesario que felizmente es superado en 1990.23 Quizá fue precisamente este discurso teñido de un espíritu restaurativo, y que comenzó a gestarse apenas cayó el Muro, lo que explica la nostalgia de los ciudadanos de la desaparecida RDA, al ver poco más de 10 años más tarde las emblemáticas escenas de Good Bye Lenin, el desmontaje del socialismo en la pantalla cinematográfica.
Helmut Kohl, quien pasará a la historia como el “canciller de la reunificación,” estuvo más que obsesionado durante los 16 años de su gobierno por encontrar las formas simbólicas que pudieran representar neutral y correctamente la historia alemana desde una perspectiva “occidental y cristiana.” Aquellas fases históricas capaces de ennegrecer con su larga sombra un benevolente discurso histórico serán destacadas por el historiador Kohl como una especie de maldad mítica acaecida al pueblo alemán; en el mismo costal de fatalidades sobrevenidas a los alemanes cabían para él tanto “los nazis” como “los comunistas.”24 Bien podemos suponer que el entonces canciller se alegraba ante el éxito que tuvo el senador Hassemer al “desclavar” al Lenin del paisaje urbano de Berlín. En una conferencia de prensa realizada poco antes de comenzar el arduo desarme de la estatua, Kohl comenta sin titubeo alguno cómo en otros tiempos se lamentaba de la estatua en aquella plaza, pues no sabía qué decir al tener que pasar frente a ella, acompañado de eminentes visitantes extranjeros.25
UpgradesAquellas partes del pasadoque se aspira a tornar en imperecederashan de ser enmarcadas,convertidas en imágenes del pasadoPeter Reichel
El personaje más emblemático del comunismo europeo no ha dejado de caer. Hace ya algunos años fue derrumbado el Lenin de la Plaza Maidán, en Kiev. Se trataba entonces de un acto simbólico comprensible en el contexto de la revuelta del pueblo ucraniano en contra del régimen déspota de Víktor Yanukóvich y sus secuaces rusos. Bien puede suponerse que a los manifestantes proeuropeístas de Kiev les interesaba menos la vida y obra del Lenin real que la política oficial -corrupta y antidemocrática- representada por la estatua, hic et nunc (aquí y ahora).
El 10 de septiembre de 2015, después de más de dos décadas de yacer bajo tierra en los bosques de la región de Köpenick, la cabeza del líder revolucionario fue desenterrada y transportada por una grúa al lugar en el que probablemente encontrará la paz eterna: la antigua fortaleza renacentista de Spandau, la Zitadelle. Andrea Theissen, directora del recinto museístico comprendido en esta edificación, se alegra de la exhumación del Lenin: se debe a su propia iniciativa y a su insistencia ante las reticentes instancias gubernamentales de la ciudad que este “resto” del socialismo pudo ser restituido a la luz pública,26 para así formar parte de las piezas que componen la exposición permanente “Al descubierto. Berlín y sus monumentos.”27
Al recorrer la exposición nos topamos con estatuas que en sus buenos tiempos pretendieron simbolizar la gloria eterna de la Prusia imperial; tallas en piedra cuya evidente intención fue representar los ideales de la belleza “aria”, soldados que cayeron heroicamente en defensa de la razón socialista. En suma, piezas que en diversas fases de la historia alemana fueron eliminadas del espacio público y destinadas a la oscuridad de los sótanos y desvanes estatales. Andreas Nachama, director de la fundación Topografía del Terror, subraya que esta singular exposición nos permite ver “lo que cada sistema hace con los monumentos indeseados del sistema que le precede; monumentos que, desde un punto de vista político, han dejado de ser oportunos, por lo que son excluidos de la mirada pública.”28 Es verdad que a estas alturas del siglo XXI ninguna de las piezas allí expuestas -muchas veces incompletas y resquebrajadas- causa mayor atención pública que la que cabría enmarcar en los medios de difusión cultural. En otras palabras, han perdido ya aquella carga explosiva, razón por la cual un determinado sistema político las había hecho a un lado. El Lenin y demás piezas han llegado a ser tan políticamente inocuas que sólo los diligentes medios están atentos a su develación; su retorno a la luz pública tiene lugar una vez que el pasado ha dejado de ser objeto de emocionales y apasionadas polémicas, convirtiéndose así en parte de la narrativa oficial de la nación, sancionada políticamente.29 Es entonces cuando las piezas son dignas de ser iluminadas desde los armónicos márgenes museísticos. Justamente son estos lindes institucionales los que nos permiten arrojar una mirada libre e interesada hacia aquel pasado que la joven Alemania reunificada insistía en colocar obstinadamente bajo tierra, por su carácter indeseado.
Si se toma en cuenta que restos y reliquias “apuntan en su carácter fragmentario a una totalidad que tuvo lugar en el pasado,”30 podemos decir que esta exposición cumple con una de las funciones primordiales del espacio museístico: conservar, pero también, despertar en el visitante el interés y la curiosidad por el pasado. No deja de llamar la atención que, si bien la Zitadelle -magníficamente rehabilitada para uso museístico- alberga y expone un sinnúmero de esculturas que, a lo largo de los siglos bajo este y aquel régimen, han sido desterradas del paisaje de los monumentos de Berlín, es sobre todo esta cabeza, expuesta al público con todo y sus heridas -los pernos que le fueron enterrados al ser desmontada de la Plaza Lenin son visibles-, la que los visitantes contemplan muy de cerca, no sin un dejo de melancolía.
¡Requiescat in pace!
La cabeza del Lenin es transportada en 1992 a las orillas de la ciudad para ser enterrada. Fotografía: Imago
ReferenciasBartknecht, Jan “Ein Gespenst ging durch Europa. Der Kommunismus und seine Denkmäler”, en Alexander Schug (ed.), Palast der Republik (Berlín: Berliner Wissenschafts-Verlag, 2007), 166.BartknechtJanEin Gespenst ging durch Europa. Der Kommunismus und seine DenkmälerSchugAlexanderBerlínBerliner Wissenschafts-Verlag2007166Elfert, Eberhardt “Die politischen Denkmäler der ddr im ehemaligen Ost-Berlin und unser Lenin”, en Götz Aly (ed.), Demontage... revolutionärer oder restaurativer Bildersturm? (Berlín: Karin Kramer Verlag, 1992), 54-55ElfertEberhardtDie politischen Denkmäler der ddr im ehemaligen Ost-Berlin und unser LeninAlyGötzBerlínKarin Kramer Verlag19925455Gamboni, Dario “Die Zerstörung kommunistischer Denkmäler als Bildersturm”, en Journals of the German National Commitee XIII, Icomos (1994), 19.GamboniDarioDie Zerstörung kommunistischer Denkmäler als Bildersturm199419Hartung, Klaus “Der Hauptstadt-Plan”, en Dossier, semanario de Die Zeit (29 de noviembre de 2001), 17.HartungKlausDer Hauptstadt-PlanDossier29 de noviembre de 200117Kuhrmann, Anke Der Palast der Republik . Geschichte und Bedeutung des Ost-Berliner Parlaments- und Kulturhauses (Petersberg: Imhof Verlag, 2006), 139.KuhrmannAnkePetersbergImhof Verlag2006139Leinemann, Jürgen “National verstand sich von selbst. Kohl Geschichtsverständnis”, Spiegel 46 (1986)LeinemannJürgenNational verstand sich von selbst. Kohl Geschichtsverständnis461986Petzet, Michael en “Denkmäler im Umbruch?”, Journals of the German National Commitee XIII, Icomos (1994), 9.PetzetMichaelDenkmäler im Umbruch?19949Reichel, Peter Politik mit der Erinnerung, (Múnich: Hanser Verlag, 1995), 26ReichelPeterMúnichHanser Verlag199526Reichel, Peter “Museum,” en Nicolas Pethes, Gedächtnis und Erinnerung (Reinbek bei Hamburg: Rowohlt, 2001), 387ReichelPeterMuseumPethesNicolasReinbek bei HamburgRowohlt2001387Ruchatz, Jens y Pethes, Nicolas (ed.), Gedächtnis und Erinnerung (Reinbek bei Hamburg: Rowohlt, 2001), 308RuchatzJensPethesNicolasReinbek bei HamburgRowohlt2001308Sabrow, Martin “Die DDR im nationalen Gedächtnis”, en Jörg Baberowski y otros (ed.), Geschichte ist immer Gegenwart (Stuttgart: DVA, 2001), 91.SabrowMartinDie DDR im nationalen GedächtnisBaberowskiJörgStuttgartDVA200191Sabrow, Martin “Die DDR im nationalen Gedächtnis”, en Baberowski (ed.) y otros, Geschichte ist immer Gegenwart (Múnich: DVA, 2001), 97.SabrowMartinDie DDR im nationalen GedächtnisBaberowskiMúnichDVA200197Uwe, Aulich “Lenin zum Anfassen”, Berliner Zeitung (28 de abril de 2016)UweAulichLenin zum Anfassen28042016
Klaus Hartung, “Der Hauptstadt-Plan”, en Dossier, semanario de Die Zeit (29 de noviembre de 2001), 17.
El término alemán die Wende (“el cambio”) designa el proceso sociopolítico de transformación de la RDA hacia una sociedad democrática. Muchas veces es equivalente a la llamada Revolución pacífica (1989-1990).
Maurice Halbwachs introduce en la psicología social el concepto de “memoria colectiva” (kollektives Gedächtnis), para designar la memoria de una comunidad elaborada con base en rituales, prácticas, símbolos y monumentos. No es que las comunidades tengan memoria, sino que la construyen, la producen. Así también en el caso de la memoria de una nación, que se guía por el interés de fundar o apuntalar una imagen positiva en torno a la identidad nacional. Ver Jens Ruchatz y Nicolas Pethes (ed.), Gedächtnis und Erinnerung (Reinbek bei Hamburg: Rowohlt, 2001), 308
Martin Sabrow, “Die DDR im nationalen Gedächtnis”, en Jörg Baberowski y otros (ed.), Geschichte ist immer Gegenwart (Stuttgart: DVA, 2001), 91.
Semejantes preguntas las formula Michael Petzet en “Denkmäler im Umbruch?”, Journals of the German National Commitee XIII, Icomos (1994), 9.
Michael Petzet, “Denkmäler im Umbruch?”..., 9.
El congreso Bildersturm in Osteruopa [Iconoclastas en Europa del Este] tuvo lugar en Berlín, en la embajada de la Federación Rusa, y fue organizado por el comité alemán del Icomos. Se recurre al calificativo histórico -en el contexto bizantino- de “iconoclasta” para aludir al carácter simbólico de la destrucción de monumentos, ya que en muchos países del Este un pueblo encolerizado emprende la tarea de arrasar con las imágenes más sagradas del comunismo. Ver Dario Gamboni, “Die Zerstörung kommunistischer Denkmäler als Bildersturm”, en Journals of the German National Commitee XIII, Icomos (1994), 19.
Michael Petzet, “Denkmäler im Umbruch?”, 9
Ver Dario Gamboni, “Die Zerstörung kommunistischer Denkmäler als Bildersturm”, 24.
El guion de la película Good Bye Lenin fue escrito conjuntamente por W. Becker y Bernd Lichtenberg.
Ya desde sus orígenes esta escultura gozaba de un elevado valor simbólico e ideológico, por lo que su valor artístico era realmente irrelevante.
Ver Eberhardt Elfert, “Die politischen Denkmäler der ddr im ehemaligen Ost-Berlin und unser Lenin”, en Götz Aly (ed.), Demontage... revolutionärer oder restaurativer Bildersturm? (Berlín: Karin Kramer Verlag, 1992), 54-55
Ver “Zorn ist eine ehrenhafte Emotion”, Volksblatt Berlin (17 de octubre de 1991); citado por Eberhardt Elfert, “Die politischen Denkmäler der DDR im ehemaligen Ost-Berlin und unser Lenin”, 55. Más allá del tendencioso tono polémico, esta afirmación revela la ignorancia del senador Hassemer: el líder de la Revolución de Octubre ni fundó la Čeka ni erigió el primer campo de concentración soviético.
Palabras de Eberhard Diepgen (CDU), alcalde de Berlín en ese entonces. Ver “Auferstanden aus Ruinen”, faz en línea (10 de septiembre de 2015).
Eberhardt Elfert, “Die politischen Denkmäler der DDR im ehemaligen Ost-Berlin und unser Lenin”, 54
Paráfrasis de la tesis que expone Petzet siguiendo a Alois Riegl, en Journals of the German National Commitee XIII, Icomos (1994), 10.
Ver Michael Petzet, “Denkmäler im Umbruch?”, 9-15. El autor recurre al enfoque de Alois Riegl (el padre de la teoría en materia de la conservación de monumentos históricos), de acuerdo con el cual hay que diferenciar aquellos monumentos que surgen como “deseados” y luego se tornan en “indeseados” en una fase históricaposterior. A comienzos de los años noventa, la política oficial de Berlín siguió esa misma línea de interpretación.
Tesis de Eberhardt Elfert, “Die politischen Denkmäler der DDR IM ehemaligen Ost- Berlin und unser Lenin”, 58.
Para este término, ver la nota 3.
Ver Jan Bartknecht, “Ein Gespenst ging durch Europa. Der Kommunismus und seine Denkmäler”, en Alexander Schug (ed.), Palast der Republik (Berlín: Berliner Wissenschafts-Verlag, 2007), 166.
En “Lenin kommt zurück nach Berlin”, BZ (7 de julio de 2009). El partido CDU se caracteriza por su radical oposición a todo lo que entienda como “la izquierda”.
Polly Feversham, “Die Berliner Mauer heute”, citado en Anke Kuhrmann, Der Palast der Republik. Geschichte und Bedeutung des Ost-Berliner Parlaments- und Kulturhauses (Petersberg: Imhof Verlag, 2006), 139.
Ver Martin Sabrow, “Die DDR im nationalen Gedächtnis”, en Baberowski (ed.) y otros, Geschichte ist immer Gegenwart (Múnich: DVA, 2001), 97.
Ver Jürgen Leinemann, “National verstand sich von selbst. Kohl Geschichtsverständnis”, Spiegel 46 (1986)
Ver Morgen Post (6 de noviembre de 1991).
Ver Aulich Uwe, “Lenin zum Anfassen”, Berliner Zeitung (28 de abril de 2016)
Un informe detallado en torno a esta exposición rebasaría los límites de mi ensayo. Para mayor información al respecto, el lector puede dirigirse a la página web correspondiente: www.enthuellt-berlin.de. La exposición de las piezas sigue un orden cronológico que empieza por la fase de fundación de Alemania como nación (1871) y termina con reflexiones en torno a la conservación de monumentos a los cuales les son intrínsecos fines políticos
Ver Aulich Uwe, “Lenin zum Anfassen”, Berliner Zeitung (28 de abril de 2016).
Los objetos del pasado que han sido seleccionados para su exposición en el presente, escribe Peter Reichel, hablan más del presente de una sociedad que de su propio pasado, ya que “toda determinada selección de objetos está bajo la influencia de estrategias cuyo trasfondo es de carácter político,” en Politik mit der Erinnerung, (Múnich: Hanser Verlag, 1995), 26; ver además “Museum,” en Nicolas Pethes, Gedächtnis und Erinnerung (Reinbek bei Hamburg: Rowohlt, 2001), 387.
Ver Stefanie Peter, “Relikt” y “Museum”, en Nicolas Pethes, Gedächtnis und Erinnerung…, 482 y 387.