Las reflexiones sobre la percepción y los sentidos son fundamentales para entender el momento en que una arquitectura, algún espacio urbano o algún interior, se vuelven significativos. Cuando un lugar es realmente revelador se percibe como una atmósfera completa: tiene cualidades sonoras, texturas de distintos materiales, olores complejos, se siente un cierto grado de humedad; es la combinación de todo esto, que se experimenta en la soledad o en la cercanía de otros cuerpos, incluso en medio de las masas y en movimiento. Estos lugares permiten encontrar algún sentido a la existencia, o al menos una conciencia del presente o nostalgia por el pasado. Se advierten a través de los sentidos en el uso cotidiano, o en situaciones excepcionales. Lo que la arquitectura puede significar no se reduce a la objetividad, se da en la experiencia multisensorial y emocional.

Gracias a las películas y registros actuales conocemos la forma en que los sonidos nos sitúan de inmediato: el silbato del afilador de cuchillos, la chimenea del vendedor de camotes, las sirenas de las ambulancias, es decir, estamos conscientes de la identidad sonora o de los paisajes sonoros de una ciudad. Pero aún hay que tomar acciones para que estos sonidos no desaparezcan, pues son increíblemente vulnerables. Algunos extranjeros aseguran que la Ciudad de México huele a masa de nixtamal, incluso desde que los aviones se acercan; es decir, también existe la identidad aromática, la cual a su vez puede perderse. ¿A qué huele la arquitectura? Para este número propusimos un experimento olfativo que huele a metal, laca y cristal, a modernidad y amplitud. O en palabras de su diseñadora Izaskun Díaz Fernández: “Una fragancia que reúne la importancia de las propiedades sensoriales de los materiales, la obra, las personas que la construyen y la habitan, de todos los factores que engloban el término arquitectura. Metal, tierra (ladrillo), polvo (cemento, concreto y piedra) y madera.”

DOI: https://doi.org/10.22201/fa.14058901p.2018.39

Publicado: 2018-12-17

Reseña de libros

Louise Noelle Gras, Guadalupe E. Luna Rodríguez, María Isabel Equihua Santos

140-143