México ha sido clasificado como un importador neto de alimentos, el cuarto en el mundo; donde el 80% de la población es citadina y el 20% rural. Practicar agricultura para satisfacer la demanda de alimentos sanos y de calidad en nuestro país no es una tarea fácil, sobre todo cuando el modelo actual de capitalismo impone un solo modelo homogeneizador de la praxis agrícola y de las formas de generar y difundir el conocimiento en torno a ella supeditadas al actual sistema agroalimentario global. La agroecología surgió como un paradigma que pretende ofrecer una alternativa al modelo hegemónico de la agricultura industrial del agronegocio. Sin embargo, en varios países de América Latina, el discurso y quehacer agroecológico está siendo impulsado e incorporado por el mismo sistema agroalimentario global. Ha tendido a adaptarse al modelo hegemónico y totalizador, pero ahora con una matriz biocultural asociada a la conservación de la naturaleza y a la mercantilización de los valores culturales y conocimientos indígenas y campesinos dentro del mercado global. Por ello, la necesidad de reapropiarnos y dignificar la agricultura, considerando como su objetivo principal la producción de alimentos, y a la par generando un proceso identitario de la cultura, un proceso colectivo no solo de campesinos o productores, sino también de académicos, ong’s, técnicos, consumidores, que se apropien de procesos de generación de conocimiento sin minimizar ningún saber, acorde con las condiciones locales y regionales. Uno de los aspectos fundamentales para lograr esto, es trabajar en el empoderamiento del campesinado y la reapropiación de la actividad “ultra social” por parte de la familia campesina. Ello implica que diversos sectores académicos se vinculen con las metas de la comunidades, trabajando en conjunto con las y los campesinos propiciando el desarrollo de sus propias capacidades, conocimientos, tecnología, y organización; aportando herramientas para sistematizar las experiencias, decodificar y anticipar la realidad ambiental y económica que el sistema agroalimentario global quiere imponer.
Mexico has been classified as a net food importer, being the fourth largest importer in the world; about 80% of the population is urban and 20% lives in the countryside. To perform agricultural production to satisfy the need of heathy and good quality foods in our country is not an easy task, especially when capitalism imposes a single agricultural praxis homogenizing model, and a single model to generate and extend the knowledge about agriculture, subordinated to the current agro-food global system. Agroecology arose as a paradigm that pretends to offer an alternative to the hegemonic model of industrial agriculture proper of the agribusiness. Nevertheless, in several Latin American countries the agroecological practice and discourse are being driven and co-opted by the same global agro-food system. It has tended to adapt itself to the hegemonic and totalizing model, but now with a biocultural matrix associated to nature conservancy and to the commoditization of indigenous cultural values and knowledge, all of this within a global market. Thus, we need to re-appropriate and dignify the agriculture, considering that its main objective is food production generating, parallel to a cultural identity process. This is a collective process in which participate not just the peasants or producers, nut also academics, ngo’s, technicians and consumers that appropriate the knowledge generation process without despising any wisdom, in a way accord to local and regional conditions. One of the key aspects to achieve this is to work in the empowering of the peasantry and the reappropriation of the activity of the “ultra-social” activity by the peasant family. This implies that diverse academic sectors link themselves with the goals of the communities, working jointly with the peasants and propitiating the development of their own capabilities, knowledges, technology and organization; providing tools to systematize experiences, decode and anticipate the environmental and economic reality that the global agrofood system seeks to impose.
LA AGRICULTURA, palabra cuyo origen latín proviene de los vocablos “agri” referente a campo y “cultura” respecto a cultivar, es un acto social inherente a hombres y mujeres. Dicha actividad ha modificado su praxis y paradigmas a lo largo de la historia, dependiendo de las condiciones climáticas, geográficas, topográficas, económicas, sociopolíticas y culturales. Por lo anterior, sería imposible la existencia de una visión única de la agricultura o un paquete tecnológico determinado que resolviera óptimamente los objetivos diversos de un agrosistema, y menos aún, dentro del actual enfoque multifuncional de la agricultura, que considera la producción de alimentos, forrajes, fibras y combustibles en un entorno casi obligado de cuidado ambiental. El imponer la hegemonía de una sola perspectiva en cuanto a praxis y generación de conocimiento en el ámbito agrícola se convierte en una violencia estructural. Esta se genera por los intereses del poder, que impiden la posibilidad de percibir y entender las raíces originales de la agricultura como práctica social de la humanidad, ni tampoco entender los paradigmas que la rigen. En un contexto como el de México, clasificado como un importador neto de alimentos, el cuarto en el mundo (
Este modelo ha sido denominado por muchos autores como agrobusiness o agronegocio. Dicho término fue acuñado a mediados del siglo XX por
Es un complejo, global y colectivo de diversos agronegocios que abastece la mayor parte de los alimentos consumidos por la población mundial. Solo los agricultores de subsistencia, los que sobreviven con lo que cultivan y los cazadores-recolectores pueden considerarse fuera del ámbito de la industria alimentaria moderna, que incluye agricultura, manufactura, procesamientos de alimentos, mercadeo, ventas y distribución, regulación, educación, investigación y desarrollo y servicios financieros.
Dicha definición muestra que lo que era campo de acción de la agricultura humana, actividad ultrasocial, es ahora un terreno dominado por sectores poderosos involucrados en ella, a través de la violencia estructural, de bloquear y destruir la conciencia social, de negar su interdependencia con el biopoder campesino en todos los rincones del mundo por lejanos y periféricos que parezcan.
Por eso es redundante usar la expresión
Ante esta dinámica totalizadora, desde la academia, instituciones académicas, organizaciones no gubernamentales, organizaciones de productores y campesinos han tratado de generar diferentes paradigmas y técnicas para responder a situaciones específicas, quizás en ocasiones de forma contestataria, con objetivos puntuales en torno a la defensa de derechos para decidir sobre el manejo de sus recursos naturales y productivos así como de capitales naturales y territorio, entre otros. A la par, campesinos y productores aislados han desarrollado diferentes estrategias de supervivencia y adaptación, algunos apegados y dependientes de los programas institucionales y gubernamentales, otros respondiendo al mercado y produciendo lo que este les obliga, otros conservando sus saberes y transformándolos, lo cual les permite en un contexto adverso seguir produciendo con los pocos insumos disponibles. La agroecología es uno de los paradigmas surgidos, en un principio más desde el ámbito académico que social o económico, como una reacción al modelo totalizador y hegemónico del agronegocio y la industria alimentaria moderna. La pretensión inicial era cómo abordar el estudio de la agricultura y los espacios donde se llevaba a cabo esta desde un enfoque sistémico, partiendo del análisis de las relaciones ecológicas y los flujos energéticos en pos de entender los diferentes agroecosistemas, sus impactos, relaciones y sinergias, desde una perspectiva ambiental y no solo bajo la perspectiva de la matriz de insumos químicos imperante. Este enfoque se fue complementando con propuestas de estudio más holísticas, en las cuales no solo se incluyó el análisis de los componentes e interacciones biofisicoquímicas, sino también las de orden económico, social y cultural. Visiones posteriores incluyeron la revalorización y la sistematización del conocimiento campesino e indígena tradicional e incluso el diseño de estrategias específicas para hacer una agricultura más limpia acorde con las necesidades y problemáticas de los pequeños productores. Asimismo, el enfoque de la agroecología, con sus múltiples perspectivas, ha sido adoptado por numerosos movimientos campesinos y organizaciones no gubernamentales. Ello le confiere una fisonomía de movimiento social y político, incorporando aspectos como la defensa de derechos, capitales naturales, territorio, entre otros. Incluso, expresiones más recientes de la agroecología definen el uso de ciertas técnicas e insumos para la producción. Es así como la agroecología incluye diferentes concepciones y formas de abordarla: para algunos es una técnica, para otros una ciencia, para otros un movimiento social y político o una estrategia de desarrollo sustentable (
No se pueden soslayar los esfuerzos realizados en numerosos casos por grupos de académicos, campesinos, consumidores y organizaciones de la sociedad civil, por llevar las diversas formas y expresiones del enfoque agroecológico a niveles altos de discusión e inclusión en políticas públicas. Sin embargo, es evidente que este
Más de la mitad de los habitantes del mundo viven en condiciones que se acercan a la miseria, su alimentación es inadecuada, son víctimas de la enfermedad, su vida económica es primitiva y estancada, su pobreza es un obstáculo y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prósperas. Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y la habilidad para aliviar el sufrimiento de estas personas. Los Estados Unidos son preeminentes entre las naciones en el desarrollo de técnicas industriales y científicas. Los recursos materiales que podemos poner a disposición para la asistencia de otros pueblos son limitados. Pero nuestros recursos imponderables en conocimientos técnicos están en constante crecimiento y son inagotables.
Esta visión del gobierno estadounidense, planteó la siguiente situación: mientras la agricultura moderna constituyó el paradigma de la agricultura científica y tecnificada de las avanzadas y prósperas sociedades capitalistas, la única que podía ofrecer la solución al sufrimiento del hambre para las naciones no desarrolladas, su contraparte, la agricultura de subsistencia, se constituyó en el modelo de la agricultura de los miserables, primitivos y subdesarrollados, es decir, de todo el resto de las formas de hacer agricultura, que no fueran la del modelo hegemónico desarrollista. La moderna ya aceptaba los nuevos insumos y tecnología del capital por lo que se instituía el crédito; la de subsistencia era un nombre dado a la agricultura familiar de forma despectiva para que aceptara más rápidamente los créditos que le permitieran adquirir insumos y tecnologías. Así como hace más de dos siglos la moderna agricultura y la de subsistencia se contrapusieron, ahora podemos ver cómo el agronegocio y la agroecología también entran en oposición, con la diferencia de que antes, la agricultura moderna condicionaba a la de subsistencia, a través del crédito, la extensión rural y la enseñanza de las ciencias agropecuarias, pues la primera pretendía erigirse en modernizadora de la segunda. Mientras tanto, hoy, en varios países, se empieza a vislumbrar cómo el agronegocio y una forma particular de la agroecología, siendo aparentemente contradictorias, finalmente coinciden en su reduccionismo de la realidad socioambiental y su sujeción al mercado globalizado.
Ejemplo de ello es lo que está sucediendo en Brasil y algunos otros países de América Latina, donde se da una gran diferencia o distancia entre el “discurso” y la “práctica”, lo “real” y lo “ideal”, en tanto el poder del mercado y la industria de alimentos ya controla la praxis y paradigmas de la agricultura, por lo cual también condiciona las políticas públicas del sector. El antiguo modelo de producción continúa, solamente existe una modificación en la matriz tecnológica que deja de ser química e industrial y pasa a ser vida, biosíntesis, frecuentemente enmarcado en una postura ambientalista, con una visión antropocéntrica y desarrollista. Esta ha sido aceptada y fomentada por organismos internacionales relacionados con la producción agrícola y los sistemas alimentarios, considerando a los seres humanos como los causantes del deterioro y no a un sistema que basa su “desarrollo” en la acumulación de capital y en la propiedad de los medios de producción. Las empresas superan a los Estados nacionales creando dos referencias: el poder de los agronegocios frente al de la agroecología. El mercado alimentario global se monta en este último nicho como estrategia de fomento a “una agricultura limpia y agroecológica con agricultores grandes y medianos y pequeños”, la cual genera productos orgánicos o ecológicos para un “mercado limpio” de consumidores que poseen un poder adquisitivo lo suficientemente alto para comprar calidad y salud. Todo ello mediado por una serie de servicios de financiamiento, abasto de insumos, gestión tecnológica y comercialización controlados por las grandes empresas nacionales y trasnacionales. De esta manera, lo agroecológico se vuelve una etiqueta que distingue aquello que puede ser más sano, que conserva los recursos naturales, que recupera lo indígena o el saber tradicional, que finalmente se convierte en una mercancía más dentro del sistema agroalimentario globalizador. No solo como producto agrícola o pecuario, sino también como conocimiento científico o paquete tecnológico, que puede aplicarse como una receta bajo una lógica de insumos verdes; simultáneamente, se da una deficiente formación de los profesionistas agroecólogos, con pocas bases tanto de las ciencias biológicas como de las humanidades, especializados en posibles respuestas técnicas ambientalmente más sanas, pero con poca capacidad de comprensión de las relaciones de causalidad y de innovación junto con los propios productores. Del otro lado, en aparente contraposición, se coloca a la agricultura del agronegocio con los mismos cánones pasados de grandes extensiones para la producción industrial de alimentos y materia prima a bajos precios, para abastecer a la mayor parte de la población urbana de bajos ingresos, también mediada por los servicios de las grandes empresas agroalimentarias y de fabricación de insumos.
En el caso mexicano específicamente, la cooptación no pareciera tan evidente ni sistematizada como en los casos de África o Brasil, quizás porque el mercado agroecológico todavía no ha representado un nicho evidente de oportunidad. Sin embargo, poco a poco se ha ido incorporando al discurso oficial. Por ejemplo, la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Recursos Pesqueros y Alimentación (
La agricultura no existe en la naturaleza, es una creación de un grupo de especies denominadas “ultra sociales”, que producen los alimentos que necesitan. Bajo esta perspectiva es importante darse cuenta de que la acción ultra social bajo el modelo del sistema agroalimentario global es cotidianamente transferida del campesino hacia la industria de alimentos; además, la importación de servicios resta el valor a los productos agropecuarios y hace a los países centrales, a través de una docena de empresas, monopolizar el comercio internacional de alimentos de calidad. En el contexto descrito, la agroecología corre el riesgo de convertirse en una etiqueta más al servicio del sistema alimentario global. La agroecología, los productos y conocimientos agroecológicos son en varios casos parte del mercado globalizado y excluyente, que tienden a volverse un contrasentido a la intención original con la que numerosos movimientos campesinos la adoptaron. Además, desde las mismas universidades, la agroecología sigue apareciendo como un espacio marginal o alternativo con poca incidencia en el resto de la estructura curricular y, por tanto, con poca capacidad de debatir o interactuar con otras áreas y posturas dentro del quehacer agronómico: en México se promovió en diferentes instituciones de nivel superior, la carrera y posgrados de agroecología (
De igual forma, se ha dado una descontextualización del quehacer campesino cuando académicos y técnicos se apropian de su saber y quehacer re-interpretándolo en un contexto occidental. Esta situación imposibilita un diálogo de saberes que genere alternativas de agricultura haciendo hincapié en la defensa del saber tradicional y de los pequeños productores. Sin embargo, en muchas ocasiones pareciera responder a los mismos cánones pasados, generando paquetes tecnológicos simplistas. Es evidente que esta corriente de la agroecología, fomentada desde el sistema alimentario global, que busca generar etiquetas agroecológicas frente a los productos convencionales, nunca permitirá crear nuevas formas de hacer agricultura que validen los saberes originarios para producir, sino, sobre todo, que permita dignificar el trabajo agrícola para empoderar a todos los involucrados, desde el que produce hasta el que consume. Entonces, ¿cómo democratizar el conocimiento generado en la academia para poder discutir propuestas regionales con las comunidades? La agroecología con sentido crítico que no se ha plegado a la dinámica del sistema agroalimentario global ha sido un paso en el camino, pero es necesario replantear algunos paradigmas y formas de praxis, uno de ellos la visión a mayor escala que no ha sido abordada (Delgaard
Se ha enarbolado como paradigma el rescate del llamado “saber tradicional”. Muchas voces lo centran en la reproducibilidad de alternativas tecnológicas, sin embargo, dicho enfoque sigue careciendo de una visión integradora. Al no considerar ese cúmulo de conocimientos como un legado científico de los pueblos originarios, digno de rescatar y empoderar no solo como un resultado para su aplicación, sino como un legado conceptual y metodológico, asumiendo un proceso dinámico de transformación. Los conocimientos que han podido prevalecer después de años de conquista y sometimiento, que parecieran simplemente intuitivos y empíricos, tienen un fundamento científico que en este momento es necesario rescatar para reedificar y cambiar paradigmas. Es necesario ahondar en este punto porque pareciese que estimular procesos participativos recae solo en rescatar el saber tradicional o campesino, el cual ha sido erosionado por años de dominación. Sin embargo, consideramos que la igualdad y equidad representaría una conjunción de saberes en la que tod@s nos consideremos parte de una colectividad productiva de alimentos, aportando ideas y experiencias para crear modelos regionales y locales que respondan a las necesidades biogeofísicas, sociales y culturales específicas. Negar el conocimiento y desarrollo tecnológico occidental implicaría no reconocer un cúmulo histórico de conocimientos, tecnología y estructuras de pensamiento que podrían aportar soluciones. Cerrar la puerta a las comunidades campesinas respecto a este saber puede constituirse en una forma de subestimar sus capacidades. Por lo tanto, el reto que se nos plantea está sobre todo en cómo generar las condiciones necesarias para que se dé este intercambio de saberes en una co-creación y re-creación del conocimiento que transforme la realidad, más que en rescatar saberes de forma aislada y plantearlos solo en términos occidentales. Algunas corrientes y grupos agroecológicos han tenido relevancia en las últimas décadas, en defensa de los conocimientos tradicionales, empoderamiento campesino y cuidado ambiental, lo cual ha sido un avance en el re-pensar los paradigmas y praxis en la agricultura, sin embargo, consideramos que hay un vacío en cuanto a un enfoque epistemológico colectivo, y que dichas propuestas se han centrado principalemente en la reproducibilidad de algunas prácticas y en el rescate de saberes existentes, dejando un vacío en la generación de conocimiento colectivo.
Volviendo al contexto nacional, no podemos perder de vista que se debe generar alimento para 120 millones de personas con solo un 20% de ellas. Es necesario no solo una visión local, sino diseñar una estrategia sobre cómo ir escalando a lo regional y nacional, una visión de paisaje que implica echar mano de muchos saberes, por las condiciones de dominación posiblemente el saber tradicional no haya incursionado en ello. Entonces, la pregunta es ¿cómo democratizamos el conocimiento generado en la academia para poder discutir propuestas regionales con las comunidades?, ¿cómo generamos alimentos sanos para todos?, ¿cómo exigimos una producción agrícola limpia no solo para pobres? Consideramos primordial salvaguardar la autonomía local y regional, mediante la producción suficiente de alimentos por medio de la intensificación de la producción, lo cual no implica descuidar el medio ambiente. Es necesario reapropiarnos y dignificar la agricultura, considerando como su objetivo principal la producción de alimentos, y a la par generar un proceso identitario como cultura, un colectivo no solo de campesinos o productores, sino de académicos, ONG’s, técnicos, consumidores, porque todos somos parte del consumo de alimentos. El proceso de generación de conocimiento tendría que venir de este colectivo sin minimizar ningún saber, generación de praxis y conocimiento desde la colectividad, solamente desde allí existirán estrategias y conocimientos acordes con las necesidades de cada sitio específico. Así. la apropiación del mismo surge en su propia generación, no en un taller de cómo hacer agricultura orgánica, donde se vierten una serie de fórmulas que posiblemente dieron resultado en un lugar, pero quizá no en otro. Nos referimos a un proceso dinámico que no tiene fórmulas, ni paquetes tecnológicos prestablecidos, ni un solo paradigma de hacer agricultura. Cada colectividad genera su propuesta, construye su conocimiento y praxis. Por ello decimos “más agricultura, menos etiquetas”, hagamos agricultura acorde con las condiciones locales y regionales, desde la academia tenemos mucho que aportar, hay mucho conocimiento que no ha sido compartido con las comunidades, es difícil tener un poder de decisión si no hay argumentos teóricos que ayuden a ello. Una de las condiciones fundamentales para lograr esto, sin que dicho esfuerzo acabe siendo cooptado o truncado por el propio sistema agroalimentario global, es trabajar en el empoderamiento del campesinado y la reapropiación de la actividad “ultra social” por parte de la familia campesina. Empoderar implica que la academia salga a la comunidad y trabaje en conjunto con las y los campesinos fomentando y propiciando el desarrollo de sus propias capacidades, de su propio conocimiento, tecnología, organización, administración y gestión de mercado, valiéndose tanto del conocimiento empírico de ellos como del conocimiento científico y las nuevas tecnologías, escalando en los diferentes niveles desde lo local hasta lo nacional.
Uno de los múltiples ejemplos exitosos de procesos de empoderamiento con agricultores familiares es el trabajo desarrollado por la Corporación PBA en Colombia, bajo la metodología de innovación rural participativa (IRP). Pérez y Clavijo (2002) mencionan respecto a dicho proceso:
[...] involucra cambios sustanciales tanto en los agricultores -quienes deben reconocerse, valorarse y convencerse de su papel crucial en los procesos de desarrollo con base en su concepción o idea del mundo, en sus aspiraciones vitales, en su conjunto de creencias, en su escala de valores, en su concepto de la calidad de vida, en sus propias tradiciones -, así como en los acompañantes de dichas acciones. Estos últimos, desde el momento en que toman el reto de formar parte de la innovación rural participativa (IRP), asumen y desempeñan el papel de
Empoderar significa también generar redes de confianza y de cooperación entre diferentes agentes de las redes alimentarias, donde el propósito o la intención central está regida por la ética y el bien común y no por el afán de lucro y concentración de la riqueza o el conocimiento. Por eso, hoy día hablamos de trabajar con el biopoder campesino y en él, con espiritualidad. La actividad ultra social de la agricultura impone valores espirituales (no confundir con misticismo y esoterismo), concebidos como resistencia, como recuperación de la dimensión eticopolítica que concibe lo humano y lo natural como interdependientes y en comunidad, más allá del propio sentido de individualidad y separación, lo que implica un sentido de corresponsabilidad en el cuidado de la vida y de nuestra propia evolución como sociedad humana. Empoderamiento es desmitificar el papel de la academia como único generador de conocimiento válido y recuperar el papel de esta como sujeto social crítico que trabaja con el campesino en la decodificación, desmitificación y anticipación de la realidad ambiental y económica que el sistema agroalimentario global ha impuesto.