Introducción
ESTE ARTÍCULO se enfoca en los procesos de cambio de realidades adversas de la vida
de dos actores colectivos campesinos en Brasil: los agricultores familiares vinculados
con el Polo Sindical de Borborema, en el estado de Paraíba, y los campesinos del asentamiento
de la Cooperativa de Producción Agropecuaria Vitoria (COPAVI) vinculada con el Movimiento
de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en el estado de Paraná, dos regiones completamente
diferentes de ese país. Iniciamos presentando los aspectos principales de los contextos
donde estos dos movimientos actúan, además de sus diferencias y afinidades, después
analizamos las transformaciones antroponómicas (Bertaux 1977) desarrolladas y las formas de organización capaces de generar esas transformaciones
y la construcción de procesos de cultivo basadas en la agroecología (Sevilla y Soler 2009, 25-51).
El objetivo de este texto es observar y entender los cambios culturales y el desarrollo
de formas colectivas de organización en la constitución de una praxis agroecológica
autosostenible a través de los testimonios de diversos participantes y militantes.
Estos, con sus acciones, generaron y ayudaron a producir el paso colectivo de una
condición aislada de pobreza y discriminación ancestrales, a la construcción de una
realidad claramente distinta de la que antes vivieron. Es importante entender entonces
la praxis desarrollada que ayuda en esos cambios. En este cambio mayor, el desarrollo
de sus propias formas colectivas de organización, para lograr una práctica agroecológica
auto sostenible, constituyó y constituye un horizonte fundamental de apropiación de
la propiedad de sus condiciones de vida. El trabajo es parte de una investigación
más amplia que desde el punto de vista metodológico está siendo construida a partir
de varios estudios de campo apoyados en la etnosociología sobre movimientos sociales
exitosos en Brasil. Parte de la investigación bibliográfica y documental, pero especialmente
de la observación directa y de entrevistas hechas a profundidad basadas en relatos
de prácticas (Bertaux 2005) de líderes y militantes de tales movimientos.
Mostraremos las formas en que los habitantes de dos diferentes localidades actúan
y ocupan ecosistemas diferentes y se enactivan para cambiar sus realidades a través del desarrollo de su consciencia social y de
prácticas agroecológicas que hacen posible la conquista de la propiedad de las condiciones
de su propia producción como seres sociales, tanto en lo material, como en lo no material. Aquí introduciremos el concepto de producción antroponómica que el sociólogo francés Daniel Bertaux (1977) ha elaborado, para darle continuidad a la intuición de Marx y Engels sobre la doble producción de toda sociedad.
Actores colectivos
El Polo Sindical de Borborema
Nuestro primer movimiento coincide con una organización que agrupa sindicatos de trabajadores
y trabajadoras rurales, ubicado en una región denominada Borborema al nordeste de
Brasil (Silveira, Galvão y Diniz 2010). Esta región es parte de una acción del gobierno federal de Brasil, iniciada en
2008, para facilitar la implantación de programas de apoyo al desarrollo local sostenible
y con respeto a las características de cada territorio.
El Programa Territórios da Cidadania3 tiene como objetivos promover el desarrollo económico y universalizar programas básicos
de ciudadanía por medio de una estrategia de desarrollo territorial sostenible. La
base de su funcionamiento está en una activa participación social apoyada por la integración
de acciones entre el gobierno federal y los gobiernos de los estados y municipios.
En Paraíba existen seis territorios de la ciudadanía: Borborema, Cariri Ocidental, Curimataú, Medio Sertão, Zona da Mata Norte y Zona
da Mata Sul. El territorio de Borborema4 abarca un área de 3,341.70 Km² y lo conforman 21 municipios. La población de todo
este territorio es de 671,244 habitantes, de los cuales 143,258 viven en el área rural,
lo que corresponde a 21.34% del total. Cuenta con 24,725 agricultores familiares,
1,661 familias asentadas (del MST) y tres comunidades quilombolas.5 Su índice de desarrollo humano (IDH) medio es de 0.718, por debajo de la media del
país (0.76) y muy por debajo de Brasilia, capital federal que registra la más alta
calificación (0.936) de dicho índice en 2014.
Está ubicado en la región semiárida del estado de Paraíba, en el nordeste brasileño,
también identificado como Sertão (desierto) debido a la sequía en gran parte de ese territorio y al clima seco y caliente
durante todo el año, además de otros factores ligados a la tierra, entre ellos, el
desgaste por el uso permanente de agrotóxicos, el agotamiento por los monocultivos
y la extracción discrecional de recursos hídricos.
En ese territorio, entre centenas de otras organizaciones sociales existentes, seleccionamos
el Polo Sindical da Borborema6 que opera en 15 (75%) de los 21 municipios y está formado por una red de sindicatos
de trabajadores y trabajadoras rurales, aproximadamente 150 asociaciones comunitarias
y una organización regional de agricultores ecológicos. El Polo no actúa en todos
los municipios del territorio ni congrega a todos los sindicatos, pues aún existen
algunos que siguen actuando en la línea convencional.
Los sindicatos que forman el Polo Sindical hoy en día están explícitamente comprometidos
con la práctica y la promoción de la agricultura familiar con base en la agroecología
y con formas colectivas de organización comunitaria capaces de generar una verdadera
mejoría de su calidad de vida. Para Nunes (2010, 3) se trata de un nuevo sindicalismo que se desarrolló a partir de los años 80 e inicio
de los 90, un momento en que los sindicatos pasan a “dar mayor énfasis a un proyecto
novedoso de promoción del desarrollo rural, orientado al fortalecimiento de la agricultura
familiar”, que deja en segundo plano las principales banderas antes defendidas: la
exigencia de una reforma agraria y los derechos de los trabajadores. Es decir, su
transición cambió la prioridad, sin abandonar las demandas históricas tradicionales,
pero ahora abordadas desde la lucha por la apropiación y reconocimiento de los saberes
ancestrales campesinos potenciados por asesorías y conocimientos técnicos con impacto
directo en la vida familiar y comunitaria.
Este “énfasis”, coloca en nuestra opinión en el centro del movimiento social lo que
Bertaux denomina producción antroponómica (1977, 46-60), como veremos más adelante.
Otro aspecto para observar es la significativa presencia de las mujeres en todos los
niveles de organización del Polo, algo no tan común en Brasil, y que indica el avance
de luchas que incluyen reivindicaciones por la igualdad en el trato a los hombres
y a las mujeres, cuestiones de acceso a créditos bancarios y otras que van desde la
propiedad de la tierra, hasta la equidad de género en las relaciones familiares e
institucionales.
El contexto donde se ubica el trabajo del Polo está marcado por las principales luchas
que se dan en el territorio brasileño del semiárido que:
[…] siempre fueron por tierra y agua. En Paraíba la situación empeoró con la quiebra
de 18 ingenios de caña [de azúcar] que dejó desempleados a cuatro mil trabajadores.
Con la dificultad de acceso al agua, la deforestación de la Caatinga,7 la erosión, la amenaza de desertificación, prácticas agrícolas inadecuadas [agro-tóxicos,
quemas…] y hasta incluso la salinización en áreas de irrigación, un grupo de trabajadores
y agricultores familiares comenzó a reaccionar. En 1977, fueron realizadas las cinco
primeras expropiaciones [de propiedades de tierras] y en 1998 otras cuatro. En 2002,
crearon el Foro de los Asentamientos. Un año después, consiguieron financiamiento
para mantener los viveros de plantas nativas, el Banco Madre de Semillas y las Ferias
Agroecológicas. Entre 2003 y 2007, fueron apoyados 12 proyectos del Programa Nacional
de Desarrollo Sostenible de los Territorios Rurales con un monto aplicado de R$ 1.6
millones [para proveer recursos hídricos, cultivos ecológicos, etc.]. (Tubino 2013,
2).
Estos problemas son comunes en todo el desierto (Sertão) nordestino, cuya extensión total es de 1,558,196 km² y comprende los estados de
Alagoas, Bahía, Ceará, Paraíba, Piauí, Pernambuco, Rio Grande do Norte y Sergipe en
el nordeste, aunque hay algunas diferencias entre las zonas agrestes y las húmedas.
En la cultura contemporánea del Brasil urbano, en las grandes ciudades, los sistemas
de televisión y prensa, a los habitantes del Sertão se les llama “sertanejos”, pero no solo designa un origen geográfico, sino también
un origen social y racial, pues durante siglos ser habitante del Sertão8 ha sido sinónimo de pobreza económica y cultural, de atraso, clientelismo electoral,
ignorancia, analfabetismo, un clima insoportablemente seco y caliente, campesino,
vaquero, etc. (De Araujo 2012). Las primeras ciudades de la colonia portuguesa fueron establecidas en esta zona,
cuna de múltiples injusticias, masacres, resistencias y formas de bandolerismo social
(Hobsbawm 1974, 27).
La COPAVI
La Cooperativa de Produção Agropecuária União da Vitória (COPAVI) es uno de los asentamientos exitosos del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) y está ubicada en Paranacity, en el estado de Paraná, al sur del país.
Este asentamiento tuvo su origen en la ocupación de la hacienda “Santa María” por
militantes del MST que habían perdido sus tierras debido a hipotecas firmadas para
fomentar la agricultura de pequeños propietarios, y al no poder pagarlas, los bancos
se quedaron con sus tierras. Otros más se unieron a ellos porque no tenían tierra
y comenzaron a participar del movimiento.
En el momento de la ocupación el área de 236 has. de dicha hacienda estaba improductiva,
y ya había sido expropiada por el gobierno como parte de la Reforma Agraria cuando
fue ocupada por el MST. Al principio, no había nada cultivado sobre una tierra muy
desgastada por el monocultivo de caña de azúcar. La hacienda fue ocupada el 19 de
enero de 1993 y para el 10 de julio del mismo año fue fundada la COPAVI, situada a
500 metros de Paranacity, una pequeña ciudad sede del municipio con el mismo nombre.
Dista 496.74 kms de Curitiba, capital del estado. La COPAVI está en la región del
altiplano, al noroeste del estado de Paraná.
Según datos del IBGE9 Paranacity tiene una población aproximada de 11,168 habitantes, un territorio de
348,631 km2, un IDH de 0.742 en 201410 (muy similar al de Borborema) su economía está basada en la agricultura y ganadería
(20%) grados Celsius.
Figura 2
Estado de Paraná - Localización de la COPAVI.
Fuente: Sistema de carreteras de Brasil.
La COPAVI está organizada en forma de cooperativa y se define como un emprendimiento
de economía solidaria que funciona a base de autogestión y del reparto equitativo
de los productos del trabajo.11 La cooperativa es su sistema formal de organización colectiva, pero está formada
por personas y familias con claras identidades políticas e ideológicas, además de
muchos intereses en común, lo que la caracteriza como una comunidad.
La COPAVI es parte del MST. Nació en el contexto de este movimiento social y bajo
su inspiración, hasta hoy en día algunos de sus miembros continúan colaborando con
el MST a nivel estatal y nacional. El MST fue creado en enero de 1984 y opera en casi
todos los estados del Brasil.
Al principio, la lucha fue por la tierra, pero actualmente esta no es la única bandera
de lucha de todos los miembros del movimiento, pues un gran número de ellos ya conquistó
la tierra, como ocurre en el caso de la COPAVI.
Para estos cooperativistas el problema que los moviliza ahora no es ya la falta de
tierra, sino otras reivindicaciones no solo para ellos, sino para todos en Brasil.
Según la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa 2015) en el año 2015 existían aproximadamente un millón de familias en 9,255 asentamientos
distribuidos en 88 millones de hectáreas en todo Brasil.12 Hay también en el MST un número elevado de campesinos que permanecen “acampados”,
reivindicando un pedazo de tierra para trabajar y sobrevivir de ella en una realidad
en que la lucha es más amplia porque la Reforma Agraria no ha sido todavía finalizada
en Brasil.
Por otro lado, a lo largo del tiempo se agregan otras luchas por parte de los miembros
que consiguieron la tierra, como por ejemplo las relacionadas con las condiciones
de producción y la comercialización de los productos. Y no solo eso, al avanzar el
movimiento también se observó que, además de la educación informal y no formal proporcionada
a todos los miembros del MST y de los asentamientos, era necesario cuidar la educación
formal dentro de los asentamientos -escuelas para niños y niñas- y fuera de ellos, o sea la formación universitaria -para sus jóvenes y adultos.
En ese sentido hay experiencias bellísimas (Caldart, 2000 y 2004), pero no es el caso profundizar en ellas en este texto. Hay otras dos demandas que
el MST percibió en su consolidación y que nos interesa mostrar, pues se relacionan
más directamente con la propuesta temática de este texto y a nosotros nos parecen
muy significativas: la búsqueda del conocimiento de formas de organización colectiva
y el desarrollo de la agroecología. Es cierto que todas las demandas apuntadas arriba forman parte de la historia del
MST como un todo, pero fueron directamente observadas en el asentamiento específico
que dio origen a la cooperativa. Basados en la experiencia de la COPAVI vamos a discutir
las cuestiones de su organización colectivizada, de la agroecología y de la comunicación
e información,13 a partir de documentos y entrevistas hechas con sus militantes.
La organización colectiva y la adopción de la agroecología
Las experiencias del Polo de Borborema y de la COPAVI se entrecruzan, por lo menos
en dos dimensiones: la organización colectiva y la opción por la agroecología. Son
diferentes desde el punto de vista organizativo, pues el primero tiene la base en
la pequeña propiedad o agricultura familiar, y el segundo en un asentamiento rural
de propiedad colectiva. También son diferentes porque se ubican en regiones opuestas
geográficamente (Borborema en el nordeste y la COPAVI en el sur) separadas por más
de tres mil kilómetros y por sus diferentes climas (semiárido en el primero, caliente
y templado en el otro). En el nordeste, el hecho de tener un clima semiárido hace
de las estrategias para obtener agua un punto central, lo cual ha sido desarrollado
mediante el sistema de cisternas de placa.14
En la COPAVI, cercana a la cuenca del río Paraná, el agua no es, por ahora, problema
alguno.
Desde el punto de vista de la organización, la COPAVI es comunitaria y autogestionaria,
en ella participaron en 2013 alrededor de 20 familias,15 36 socios y 75 personas16 que viven en un área pequeña y con una estrategia colectivizada de modos de producción,
de trabajo y de vida. El modo de organización institucional del Polo de Borborema
es sindical y asociativo, pero constituye núcleos colectivos para una serie de estrategias
y prácticas (Banco de Semillas, Fondo Solidario, Ferias agroecológicas etc.), y su
sistema de producción y de renta es particular para cada familia (Almeida y Galvão, 2004). Mientras la actuación de la COPAVI se limita a una pequeña comunidad, el Polo actúa
en una extensa área geográfica.
La agroecología fue introducida tanto en Borborema como en la COPAVI como una estrategia
que implicó un cambio en las concepciones y en las prácticas heredadas de la política
pública gubernamental, centrada en los intereses del agronegocio y de las industrias
químicas. En otros términos, según Ortega (2014), concepciones y estrategias orientadas a la generación de valores de cambio y por
ello dependientes de las fuerzas del mercado.
La introducción de la agroecología en ambas experiencias fue una opción distinta a
la única que conocían, una opción por una vida mejor con alimentación sana, sin agrotóxicos,
por un lado, y por otro, como una forma de recuperar las tierras desgastadas por prácticas
tradicionales, tales como la quema para preparar la tierra y/o el uso abusivo de productos
químicos, tanto para eliminar hierbas y plagas, como para fertilizar la tierra, además
de la conservación y modificación genética de las semillas.
En Borborema opera también un descubrimiento inteligente de “re-localización” de su
acción al darle vida renovada a tierras agotadas por la acción humana y en una región
de fuertes sequías que acumuló al pasar de los siglos múltiples injusticias sociales.
El régimen autoritario con su modernización caricaturesca de la agricultura, destruyó
en el nordeste el algodón arbóreo e introdujo a cambio el algodón herbáceo para competir
con el mismo a través de paquetes tecnológicos, sin preocuparse previamente de la
diferenciación climática en que se desarrollaban cada uno de ellos, que representaban
modelos de agricultura diferentes y diferenciados, sin impulsar tampoco políticas
públicas diferenciadas. Esto solo fortaleció y ayudó a avanzar a los Coroneis feudales con sus estructuras medievales, pues tenían como referencia el espejo de
la agricultura del sur del país, modernizada, por el uso de créditos agrícolas que
permitían un alto consumo de fertilizantes químicos concentrados y venenos sintéticos
[…] (Pinheiro 2004, 393).
Frente a este tipo de herencias, los agricultores familiares del Polo sindical de
la Borborema tuvieron que implicarse en una verdadera transición civilizatoria que no se ciñó solo a la tierra y los cultivos, sino al cambio de su autopercepción
y de la perspectiva de su hacer colectivo (Escobar 2014; Toledo y Barrera 2008).
Este caso específico significó una superación de la constante inseguridad hídrica
y alimentaria como forma “normal” de habitar y ocupar el territorio para sobrevivir
(siempre dentro de la pobreza desenergizada) y con la “opción” de emigrar a grandes
centros urbanos para ser empleados en trabajos que demandan poca o nula capacitación,
hacia una política completamente distinta de convivencia con el semiárido (Azevedo 2016) desarrollada por el Polo en consonancia con iniciativas de organizaciones sociales
de base en todo el semidesierto nordestino, en especial de la Assessoria e Serviços a Projetos em Agricultura Alternativa (AS-PTA)17 y la Articulação Semiárido Brasileiro (ASA).18
En el nordeste la agricultura familiar minifundista se desarrolló desde siglos atrás
al margen de los latifundios, pero subordinada social y políticamente a ellos.
Es en el semiárido donde encontramos el mayor número de establecimientos agrícolas
familiares en Brasil. Según datos de 1995, existían en la región nordeste dos millones
de establecimientos familiares (42% de establecimientos agrícolas del país) que ocupaban
apenas el 4.2% del área agrícola nacional, o sea el 19.2% del área agrícola regional.
(Martins de Carvalho 2005, 332).
En el noroeste de Paraná, la tierra había sido abandonada y expropiada, pero fue la
toma y ocupación de dicha tierra y la formación del asentamiento colectivo del MST,
lo que presionó definitivamente para su adjudicación.
Crecida a partir del Asentamiento Santa María, la COPAVI ya nació colectiva, a partir
de la decisión de los integrantes de optar por la explotación colectiva de la tierra
liberada. El área, pequeña, de apenas 236 hectáreas, y degradada por la plantación
continua de caña de azúcar, exigió mucho esfuerzo para ser recuperada. La mayor dificultad,
sin embargo, no fue el trato con la tierra, sino la adaptación al nuevo sistema productivo,
en el que el “nosotros” tendría que sustituir el “yo” en la toma de decisiones sobre
el uso del suelo. [...] Otro problema fue vencer la resistencia y el extrañamiento
de la población local, con la nueva manera de producir de los “intrusos”. Paranacity,
con una población de poco más de 10 mil habitantes, con un mercado de trabajo basado
en empleos en las fábricas de la región, no recibía bien a los Sin Tierra. (Maschio 2015).
En ambas experiencias se tuvo que desarrollar una fuerte política de formación interna
de liderazgos, así como de los propios participantes, para que pudieran acercarse
y apropiarse de los principios y las formas del trabajo colectivo y para adquirir
y desarrollar conocimiento propio para una producción agroecológica (Calza y Ferreira 2013).
Uno de los miembros de la COPAVI19 hizo cursos de grado y de maestría en agronomía con énfasis en agroecología y fue
de los que ayudaron al MST y a la propia cooperativa a montar estrategias de implantación
de programas de agricultura orgánica, manejo de cultivos, compostas y labor con semillas
generadas en la propia comunidad.
La opción por la agroecología en estas dos experiencias se construyó como una forma
de vida productiva deliberada y diseñada en oposición a lo que produjo el empobrecimiento agudo de tierra y de sus habitantes, es decir,
como una estrategia de política civilizatoria. Una opción política en relación con la tierra reconocida como algo para ser cuidado20 para ofrecer una alimentación saludable para sí mismos y para los consumidores de
sus productos.
Esta opción implica un desplazamiento hacia el control de su propia “antropo- producción”, la generación y cuidado de su propia energía social, es decir, la producción de
sí mismos como cuerpos y mentes organizadas frente a estructuras objetivas y ancestrales de desenergización, como
bien señala Bertaux (1977, 46-61) .
Eso se puede observar en el video Agroecología21 de la COPAVI, en la expresión del referido agrónomo:
La agroecología produce vida, desparrama semillas, por eso es muy importante que nosotros
podamos llevar ese modelo agroecológico también como solución para la sociedad, como
alternativa para la sociedad. Alternativa viable, que tiene que ser implementada urgentemente,
dados los impactos que todos conocemos en la naturaleza, el riesgo enorme de no tener
más agua, del calentamiento global, que se acabe con los recursos de la naturaleza
que son finitos. Para nosotros existe una certeza: la agroecología y la agricultura
sustentable será la agricultura del futuro. Porque si no fuera así, el mundo no tendrá
futuro, porque buena parte de las personas tendrán en sus niveles de vida enfermedades,
[…] existe una inteligencia colectiva que caminará a construir, aunque esté en la
base del debate y de la lucha, una agricultura agroecológica, porque eso es del bien
común, y la agricultura convencional no es para el bien común, es para el bien de
pocos. (Elson Borges, “Zumbí”, COPAVI 2014).22
La opción por la agroecología, en el contexto de muchas luchas para mejorar las condiciones
de vida mediante la organización autónoma y el uso de sistemas de información, de
comunicación y de conocimiento, también favoreció el cambio de las relaciones de clase
porque con ella los agricultores, propietarios de pequeñas extensiones de tierra,
pudieron tener condiciones de sobrevivencia en sus propiedades, en general heredadas
de su padres, y no depender más del cultivo agrícola en tierras rentadas a los dueños de las grandes haciendas.
A esto se puede agregar también la histórica reducción del flujo migratorio hacia
la construcción civil o el comercio informal en las grandes urbes de São Paulo y Río
de Janeiro.
Estos aspectos pueden inferirse a partir de lo que se observa localmente y están presentes
en la charla del don Luiz Souza,23 agricultor familiar del municipio de Solânea, Borborema:
Aquí en mi época, trabajábamos para el hacendado y el producto lo dividíamos a medias,
pero si cosechaba seis sacos de cereal, cinco le correspondían al patrón, pero al
terminar la cosecha siempre le quedaba a deber. […] morir y no me quedaba con casi
nada. El patrón se quedaba con todo.
Con esta opción agroecológica, el abandono de las tierras que generaciones anteriores
tuvieron que hacer, comenzó a detenerse paulatinamente. Otras lógicas de producción
orientadas hacia generar valores de uso y no ya solo de valores de cambio comenzaron a operar:24
Agroecología para mi es bienestar, es salud y yo vivo la agroecología no solo como
beneficio personal, sino para beneficiar a otras personas. Yo pretendo realmente quedarme
en mi municipio trabajando y vivenciando la agroecología. (María Santos, Borborema,
2013).25
Respecto a la organización de experiencias, es necesario añadir los mecanismos internos
desarrollados por esos actores colectivos en su praxis cotidiana. En la COPAVI el
trabajo se organiza en cuatro sectores: caña de azúcar, producción pecuaria lechera;
sustento familiar, y, apoyo de administración y gerencia. En su dinámica, posee núcleos
de base como espacios de formación, discusión política, toma de decisiones y tratamiento
de temas demandados en lo cotidiano. En 2014, buena parte de la producción colectiva
fue para consumo propio, para exportar y para abastecer los desayunos escolares de
la región.
El Polo de la Borborema eligió varios ejes para actuar desde los grupos de base:
[…] recursos hídricos, producción agroecológica (cultivo sin agro tóxicos, fertilizantes
e insecticidas naturales, etc.), combate la desertificación, mejora la salud, la alimentación
y la comercialización, entre otros. Los cambios en la calidad de vida, ingreso familiar
y nivel de conocimiento son visibles en quienes participan de esos programas: […]
banco de semillas, ferias agroecológicas para la comercialización, intercambio de
conocimientos entre agricultores, construcción de cisternas de placa, fondo rotativo
solidario, cría de animales, huertos caseros, venta de alimentos para la merienda
escolar, fertilizantes ecológicos, etc. (Krohling Peruzzo 2015, 198).
Cuadro 1
Productos de la COPAVI (2014).
Produtos: (produção de 2014) |
Açúcar mascavo: 386 toneladas
|
Melado de cana: 85 toneladas
|
Pão caseiro: 4,200 kg
|
Bolo simples: 32,300 kg
|
Biscoito caseiro: 5,800 kg
|
Hortaliças: 3,500 kg
|
Legumes: 4,150 kg
|
Leite: 245 mil litros
|
Iogurte caseiro: 7,1 mil litros
|
Açúcar, melado, hortaliças e legumes são orgãnicos.
|
Leite e derivados está em fase de transição. |
Además de la acción directa en el cambio y ajuste de sus prácticas, estos ejes exigen
la formación de los participantes y su efecto en el trabajo y diálogo colectivo, así
como en la vida de todos los días. En ambos casos, la COPAVI y los sindicatos agrupados
en el Polo de la Borborema, los cambios son palpables y tienen una incidencia directa en el control dialógico y colectivo de su propia producción, como sujetos sociales, como diestros productores de sus propios cuerpos y de su
energía social.
Parece claro que en las dos experiencias han ocurrido diversas transformaciones tanto
en los sistemas (las herramientas) y en las culturas (los códigos y concepciones) de información, de comunicación y de conocimiento (González 2015, 41-ss) y la orientación del programa político define un horizonte de transformación y rediseño
profundo de sus ecologías simbólicas (Es) (los procesos). Con el concepto de Es designamos:
[…] el conjunto total de relaciones de sentido que en una sociedad se construyen en
la historia con un entorno físico, biológico, psicológico, social y cultural a través
de la actividad cognitiva y sus dimensiones más complejas, como la mente, el discurso,
y la actividad modeladora y adaptativa de las identidades y alteridades de los diferentes
y variados colectivos sociales. Esta dimensión cognitiva y simbólica solo se puede
lograr dentro de un ecosistema de soportes materiales de la actividad de representación
de la sociedad. Sin ellos, la eficacia de la cultura en la construcción de identidades,
en la reproducción de la sociedad, en el establecimiento de las tradiciones, en las
vanguardias es impensable. (González 2015, 237).
Con ayuda de esta categoría teórica podemos comprender la delicada y profunda imbricación
entre tres dimensiones claves de lo que en otra perspectiva complementaria Verón (1993) ha llamado la semiosis social.
Sus ajustes, mutaciones y reorganizaciones observables en las herramientas, los códigos
y los procesos simbólicos nos indican hacia dónde podemos dirigir la atención de los
procesos de transformación y la futura comparación de los casos de Brasil y México
que aún estamos trabajando.
Antecedentes y aspectos del origen
En Borborema los agricultores de hoy en general son herederos de muy pequeñas extensiones
de tierra de sus antepasados, donde al menos, los agrupados en la organización, nadie
pasa de tener ocho hectáreas y la mayoría solo tienen una o dos.
Los agricultores familiares del Polo son minifundistas, de origen campesino, los más
numerosos de los campesinos en su región y con una vida doblemente difícil. Primero,
por las condiciones climáticas regionales que los coloca siempre a merced de periodos
extensos de sequias recurrentes. Segundo, por vivir como mano de obra de la estructura
de un sistema de explotación regional, que extrae enormes flujos de energía social en todas sus dimensiones -y en especial la económica- y que desde siglos atrás ha
operado a escala mundial sobre esa misma región colonizada e integrada de manera forzada
(como todas las llamadas “colonias”) dentro de la expansión del sistema-mundo.
El capitalismo se basa en la constante absorción de las pérdidas económicas por las
entidades políticas, mientras que las ganancias económicas se distribuyen entre manos
privadas” […] los factores económicos operan en el seno de una arena mayor de lo que
cualquier entidad política puede controlar totalmente. Esto les da a los capitalistas
una libertad de maniobra que tiene una base estructural. Ha hecho posible la expansión
económica constante del sistema mundial, aunque con una distribución muy desigual
de sus frutos. (Wallerstein 1979, 491)
Todos los participantes y protagonistas de estos dos movimientos sociales están ubicados
y han sobrevivido dentro de esa estructura de distribución desigual, inhumana y voraz
con extremas consecuencias en la calidad de vida y en el horizonte de posibilidades
de herencia y destino de millones de personas y familias, que durante mucho tiempo
operaron como inamovibles, sin esperanza alguna, dentro de ecologías simbólicas inducidas, forzadas y limitadas por otros.
Pero pese a todos los pronósticos, las movieron. Esa es la novedad.
Estos dos movimientos lograron hasta el momento alterar su destino de clase y eso implicó una serie de procesos de re-energización (en la esfera económica su
propia capitalización aunada al desarrollo de nuevas energías mentales y culturales) al intervenir las
relaciones de producción y distribución antroponómicas, previamente trazadas para reproducirse, como muestra Bertaux (1977, 46-113) .
Para elaborar el concepto de producción antroponómica, este autor retoma y elabora una línea que Marx y Engels solamente esbozaron sobre
la producción de toda sociedad:
Según la concepción materialista, el factor determinante, en última instancia, en
la historia es la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero a su vez,
esta producción tiene una doble naturaleza. Por un lado, la producción de los medios de existencia, objetos necesarios para
la alimentación, el vestido, la vivienda, y las herramientas requeridas para satisfacerlas;
y, por otra parte, la producción de los propios seres humanos, la propagación de la especie.26 (Engels 1981).
Pero es el sociólogo francés Daniel Bertaux, quien a partir de esa intuición inicial
elabora esta original teorización:
[...] el concepto de antroponomia aparece en Francia en 1977 a raíz de las poderosas
dinámicas intelectuales provocadas por el movimiento de Mayo del 68 y el movimiento
de liberación femenina (Bertaux 1977). Este término agrupa todas las actividades que contribuyen, bajo la forma de servicios
directos para la gente, a “la producción de ‘los propios seres humanos’”, como escribía Engels, aunque él mismo estaba muy lejos de imaginar el increíble
desarrollo que experimentarían esas actividades en el siglo xx. Estas incluyen lo
que se entiende ahora por el cuidado, pero incluyen también muchas otras como el trabajo doméstico, el trabajo parental
(cuidado y crianza infantil) y otras formas, incluidas las formas institucionales
de cuidado, como orfanatos, clínicas siquiátricas, asilos de ancianos y, desde luego,
servicios mercantiles, tales como la peluquería, el cuidado del cuerpo, la psicoterapia,
los servicios de restauración (restaurantes, cafeterías) y otras más; pero en especial,
la enseñanza y la salud” (Bertaux y González, en prensa).
Es este trabajo antroponómico el que vuelve visible la producción de seres humanos sanos y habilitados para la
vida social común. Un tipo de producción que no se realiza entre un sujeto y un objeto,
como en la producción material de la vida, sino entre sujetos. Una mujer que cría
un hijo, al mismo tiempo que “produce” y restaura la energía de su bebé, se produce como madre. Lo que fácilmente se ha denominado como “tercer sector” o la “economía de los servicios”,
con el desarrollo de la teoría antroponómica adquiere una relevancia diferenciada
mucho mayor que no es posible descuidar.
Toda la discusión contemporánea sobre el care o el cuidado puede con provecho ser incorporada dentro de esta teoría antroponómica.
Sin embargo, no toda producción antroponómica se reduce al cuidado.
El papel de la teología de la liberación
Uno de los hallazgos más importantes de nuestra investigación se perfila como la constatación
directa, en múltiples testimonios, de que la única forma de generar esperanza en ese
mundo explotado y de desesperanza de su pobreza de origen a su sobrevivencia dentro
de la dictadura fue la práctica religiosa. Práctica orientada y facilitada por actores
religiosos concretos, párrocos y obispos dentro de las Comunidades Eclesiales de Base
(CEBS) y de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) inspiradas en la Teología de la
Liberación. No muy distante de lo que Marx (2005, 50) escribió en 1844: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón
de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio
del pueblo”.
El papel de la Teología de la Liberación consistió en aportar la visión de un “corazón”
posible y un “espíritu” colectivo con sentido trascendente en donde no había habido
más que dolor, violencia, injusticia y frustración. Una teología “de abajo hacia arriba”,
a partir de los pobres, no de los jerarcas de la Iglesia o de una espiritualidad abstracta,
y esta modalidad tuvo en Brasil una influencia y una eficacia enorme. En el caso de
las CEBS y CPT, el “opio” tuvo el efecto contrario: no sirvió para acomodar o amortizar
conciencias, sino para animar un espíritu colectivo de lucha y preocupación por el
cambio social. Las diversas concreciones de aquellos planteamientos generaron Comunidades
Eclesiales de Base, proyectos de economía solidaria, una política pastoral orientada
a las condiciones terrenales de los campesinos explotados por todo lo largo y ancho
de Brasil (CPT) así como el trabajo con obreros industriales, artesanos, albañiles
y todas las categorías de empobrecidos sociales que durante siglos vivieron y se reprodujeron
como súbditos, muy lejos de ciudadanos, sujetos de derechos y obligaciones individuales y colectivas.
Esta derivación latinoamericana de la teología desde los pobres consiguió, en lo más profundo, construir una práctica y un discurso donde
la fuerza radica en la comunidad, en el bienestar colectivo, en la esperanza de una
vida digna en el presente, en la certidumbre de que todos esos explotados ancestrales, en contra de lo que vivieron, siempre fueron “hijos
de Dios”. Y eso contó en el principio de la esperanza. Dio un corazón y un sentido
trascendente a un mundo vivido sin uno y sin otro y se consolidó en diversas variantes
de organización colectiva con un horizonte de liberación.
Condiciones antroponómicas y superación de la carencia
Como vimos en la primera parte, las condiciones originarias de las personas de ambas
experiencias fueron de infortunios y una vida cotidiana difícil, en áreas desgastadas,
de pobreza y falta de condiciones para el cultivo del suelo, ya sea por falta de recursos,
sequía, aislamiento, bajas condiciones de autosuficiencia (Borborema) o por la pérdida
de sus tierras (COPAVI).
En el caso de la COPAVI, como nos comentó Carlos R. Cardoso,27
Buena parte de nosotros en Brasil tenemos origen agrícola, agrario [...] si hacen
una investigación [verían que] todos nosotros tenemos origen en la agricultura, nuestros
padres, nuestros abuelos, la mayoría de los brasileños, pero fueron expulsados de
los campos por varios factores: económicos, falta de apoyos y de todo lo demás. […]
Entre los motivos de “expulsión” mencionados por Carlos Cardoso que obligaron a muchos
a dejar el campo (y a entrar en el MST como alternativa de organización frente a múltiples
procesos de desposesión) fue la pérdida de las pequeñas propiedades rurales. Plante que o Governo Garante28 fue un slogan propagandístico del gobierno federal en los años 80 que estimulaba a los campesinos
a pedir préstamos a los bancos para modernizar sus prácticas agrícolas. Con el fracaso de esa iniciativa, las deudas los dejaron
sin condiciones de seguir cultivando su tierra como forma de sobrevivencia propia
y de sus familias. En muchos casos, la salida fue vender sus tierras o entregarlas
a los bancos, trabajar en tierras de terceros -pero solo obteniendo apenas una pequeña
parte del valor de su producción-, o bien, en otros casos, emigrar a las ciudades
para trabajar en empleos físicamente pesados y de baja remuneración.
Todas esas condiciones tienden a perpetuar situaciones de reproducción de la explotación,
la dominación y la subalternidad (González 2016) pero, de cualquier manera, para muchos fue la única forma de escapar de la extinción.
En todo esto, también opera el factor étnico:
Mi vida es el producto de una herencia, uno hereda una condición social, económica,
cultural, territorial, en fin, existimos y estamos vivos y heredamos. […] Entonces,
yo soy heredero, mi parte negra más visible es heredera de un pueblo que hoy existe
en la región de África grande que toma del Atlántico hasta el Pacífico, desde un mar
hasta el otro, en la región central de África, los pueblos del bosque […] Ese pueblo
comprende Angola, Mozambique, Zambia, aquel pueblo típico africano, son muchos típicos
africanos y que, debido a nuestra colonización portuguesa, probablemente, es de allá
que viene la mayor parte de mi adn, de mi material genético. […] el padre de mi abuelo
era esclavo, su hijo era esclavo, mi abuelo era esclavo, mi padre peón y yo sería
peón. La estadística para mí y mis hermanos era ser peones, ser empleados de hacienda,
cualquier otra cosa. Sub-gente. Sin acceso a los medios de producción, al capital,
al dinero y a los derechos elementales de una sociedad que se precie […]. (Elson Borges,
“Zumbí”).29
Al factor étnico se suma el de género, como en el caso de María Leonia Soares, presidenta del Sindicato de Trabalhadores
Rurais de Massaranduba, Paraíba, que por ser negra y por ser mujer, ha enfrentado, desde la noche de los tiempos, una doble discriminación, no solo
en el conjunto de la sociedad, sino de los propios miembros de su organización sindical
en Borborema a los que ha ido confrontando con estudio, militancia, trabajo y lucidez.
En ambos casos, su formación “política” inicial se generó -de nuevo- en relación con
la práctica de las Comunidades Eclesiales de Base, es decir, en el trabajo que desde los años cincuenta y sesenta, y bajo el periodo
de la dictadura, la Iglesia católica brasileña de ese entonces diseminó y profundizó
con las enseñanzas prácticas de la teología de la liberación para los más pobres de los pobres: fondos solidarios, pastoral de la tierra, pastoral
del trabajo, cooperativas, etcétera.
Quedan todavía por documentar y esclarecer las decenas de constataciones que fijan
en los testimonios de nuestros interlocutores el inicio de la formación política de
quienes lideran ambos movimientos.
Experiencias que evocan como la primera vez que entendieron que ellos eran también seres humanos, con derechos a la educación, a la comida, al trabajo, a la organización, a la salud.
El delicado paso de ser tratado y sentirse súbdito, a afirmarse y sentirse ciudadano.
¿Qué ha cambiado? En los años 80, la condición de un Movimiento Social con un discurso,
una lucha social que involucraba la teoría de la liberación, que implicaba una práctica
religiosa católica, que involucraba una vivienda y una vida de periferia posibilitó
que yo y otros tuviéramos un poco más de conciencia y capacidad de cuestionar. […]
“El Movimiento Social de aquel periodo fue mi hogar, mi nueva casa. Mi casa antigua
era volverme adulto, casarme, hacer hijos y seguir siendo peón. Era lo que yo conocía,
lo que mi padre, mi madre, mis hermanos, mis tíos y vecinos conocían, la alienación.
‘¡No hijo, vamos a trabajar! Ser honesto lo suficiente, [debemos] trabajar porque
vamos a conseguir quedar bien en la vida’ (decía mi padre). Y yo descubrí el otro
lado, le dije: ‘no padre, ¿trabajar?, ¿hacer todo eso así nomás? ¿solo eso? ¡Vamos
a seguir siendo subalternos, esclavos, peones! Pero la Iglesia y el Movimiento Social,
que era urbano en aquel tiempo, y el Sindicato ayudaron a cambiar ese trayecto, salí
de la mano del destino. ¿Sabes?, el destino30 […] Y junto a los míos, cincuenta familias viviendo en aquel periodo, más mi padre,
resolvimos luchar. ‘Hemos hecho una lucha por la vivienda en el barrio, por condiciones
de saneamiento en el barrio, hemos hecho la lucha en la Iglesia católica por mejorar
la liturgia, la comunicación, una lucha en la teología de la liberación que es una
lucha muy fuerte, tan fuerte que aquí en Brasil dos teólogos fueron impedidos de hablar
por Karol Wojtyla. (Elson Borges-“Zumbí”).
El movimiento social referido es mucho más amplio, pero su expresión más fuerte y
vinculada con la lucha por la tierra fue incorporada por el MST, se trata de una lucha
que tuvo un puerto seguro y un soporte importante en la misma Iglesia católica de
Brasil.
Como ya comentamos atrás, dos actores se vuelven muy importantes en el proceso de
organización y de cambio de la situación de opresión a que estaban sometidos los entonces
trabajadores sin tierra: la Iglesia a través de las Comunidades Eclesiales de Base
(CEBS) y sus políticas pastorales, así como el movimiento social, que en el caso específico
de la COPAVI fue el MST.
Eso nos deja claro la charla de Carlos R. Cardoso:31
En la década de 1980, al final de la década de 1970, periodo de la post-dictadura
inició de nuevo la lucha de la posesión de la tierra en Brasil, que había sido, grosso modo hablando, sofocada por la dictadura […], todo el contexto revolucionario del continente,
de lucha, ¿no? La Revolución cubana […] Todo aquel proceso de luchas sociales, periodo
de mucha resistencia social. La lucha por la Reforma Agraria tuvo un repunte, principalmente,
con la llegada de los campesinos. En el periodo dictatorial había quedado medio sofocada
y fue retomada nuevamente a partir de la década de los 80 en que va a surgir un movimiento
social importante en 1984 que es el MST. De la misma Iglesia católica, aparece la
Pastoral de la Tierra como un movimiento autónomo y pasa a la lucha, primero allí en Rio Grande do Sul,
en la llamada Encruzilhada Natalino [un campamento al borde de la carretera en una región con acceso a las ciudades de
Passo Fundo, Carazinho, Sarandi y Ronda Alta] (...). Y van despuntando también algunas
luchas en São Paulo, Mato Grosso, Goiás. ¿Por qué digo eso? Porque a partir de ese
momento empieza a haber algunos conflictos con la redemocratización, y […] la Reforma
Agraria en el gobierno entró en la Constitución nuevamente, después de que la dictadura
la había sofocado […] … la Reforma siempre fue un proyecto postergado a lo largo de
la historia. A partir de 1984 nace el movimiento [MST], de bandera nacional, y se
va territorializando por todo el país y a partir de entonces comienzan a ocurrir conquistas
inmediatas. Conquistas con mucho sacrificio, sabemos que al comienzo de la democratización
hubo mucho derramamiento de sangre, mucha prisión, mucho asesinato. Solo algunos pedazos
de los latifundios fueron reformados. […] Pero a partir de entonces, 1984 hasta mediados
de los 90, comenzó a haber bastantes conquistas y era necesario humanizar esos logros.
La tensión en la esfera pública que genera un movimiento como este, después de más
de veinte años de regímenes militares, sigue siendo muy fuerte. Como en otras experiencias
que de un modo u otro impugnan y se organizan contra las injusticias sociales, en
el sistema de instituciones especializadas en la visibilización simbólica en las sociedades,
como la prensa y las televisoras privadas, el MST tiene una larga historia de denostaciones,
de visibilización pública negativa. Un ejemplo específico lo documenta la investigación
de Ayoub (2007) en los encabezados y notas sobre el MST publicados en el diario Folha de São Paulo:
El resultado de la investigación demuestra que el MST ha sido víctima de manipulación
por parte de la prensa, que lo ha hecho rutinariamente a lo largo de los últimos veinte
años. Y lo ha hecho con conocimiento de causa, con objetivos claros de defensa de
la clase dominante, de la cual los propietarios de los medios de comunicación forman
parte. Con base en sus propios intereses de clase, la gran prensa produce un proceso
de manipulación que resulta en la construcción de una “realidad” artificial. En el
caso del MST -y de toda la historia que lo antecede-, la manipulación configura una
práctica de periodismo con irrespeto al derecho constitucional a la información y
a las normas de la ética de los periodistas. (Ayoub 2007, 92).
En la experiencia del Polo Sindical de Borborema el papel de la Iglesia también aparece
visible en las entrevistas con los líderes, a la vez que aparece de forma recurrente
en las entrevistas en las memorias de participación en las Comunidades Eclesiásticas
de Base al inicio de ambos movimientos. Eso parece haber sido la arena de formación
política básica y de la constitución de elementos de compromiso público y del espíritu
colectivista.
Este efecto de la evangelización de la Iglesia católica brasileña fue un detonador
importantísimo en la elaboración colectiva y crítica de las condiciones precarias
y la certidumbre de su mensaje de “salvación”. Prácticamente en todas las entrevistas
nuestros interlocutores recuerdan las acciones concretas y orientadoras, el compromiso
social y político de sacerdotes y obispos como única esperanza cristiana frente a
las acciones represivas, explotadoras y degradantes que han sido el pan de cada día
de los millones de miserables empobrecidos desde siglos atrás en Brasil. Pero también
recuerdan cómo, desde la más alta jerarquía de la Iglesia católica, fueron desestimuladas
primero, y reprimidas después, porque comenzaron a tener una eficacia social propia,
como, por ejemplo, la alfabetización que los hizo ciudadanos ante el Estado y con
la capacidad no solo de leer letras, sino a la sociedad y a ellos mismos en la historia.
En Brasil en los años sesenta, solo podían votar los alfabetizados, los únicos ciudadanos.
Un método como el de Paulo Freire (1973) que en 45 días prácticamente era capaz de enseñar a leer y escribir a decenas de
adultos analfabetos, en poco tiempo se volvió una amenaza directa para el status quo, no solo por la conciencia que despertaba en los explotados, sino en un desafío al
curso “normal” de las elecciones.
La institución eclesiástica, por su parte, parecía tener al menos dos lecturas diferentes del evangelio. Durante la dictadura, así se manifestaba Juan Pablo II frente a los
obispos:
La Iglesia de Brasil […] hace bien en manifestarse como Iglesia de los pobres, Iglesia
de la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de
ellos es el Reino” (Mt 5, 3). Obrando así, en el ejercicio de su misión, la Iglesia
sirve también al bien de la sociedad. Ella no pretende asumir como función propia las actividades políticas. Respeta a la
autoridad constituida (cf. Pe 2, 13-17). No deja de proclamar que, para el bien de la sociedad -para el mantenimiento y el
ejercicio de su soberanía- la autoridad es necesaria. Pero, por otro lado, la Iglesia reivindica como su derecho y deber la práctica de
una pastoral social, no en la línea de un proyecto puramente temporal, sino como formación y orientación
de las conciencias, por sus propios medios específicos, para que la sociedad se haga
más justa. (Juan Pablo II 1980).32
La política de silenciamiento y deshabilitación de las cEb’s así como su reducción
a una acción evangelizadora “espiritual” fue indicada enfáticamente desde el papado
de Juan Pablo II e impuesta duramente por toda Latinoamérica, con muchas y variadas
resistencias de sacerdotes, obispos y laicos. Sus enseñanzas y logros concretos perduran
en la memoria y en las acciones de los que lo vivieron y transformaron su vida individual
y colectiva.
Organización para superar las carencias de origen
En términos concretos, estamos enfrente de dos experiencias, hasta el momento exitosas,
que, a partir de racimos de múltiples carencias ancestrales, lograron identificar y ordenar las más importantes raíces de sus problemas, consiguieron organizarse para enfrentarlos y se convirtieron en parte central de dos movimientos sociales
con una organización colectiva compleja que les ha habilitado la superación de las
carencias, antes consideradas como naturales: así es la vida. Desarrollaron a su modo sus propios sistemas de información, que les permitieron relacionar eventos, agentes, objetos, acciones, espacios y tiempos
que antes no estaban relacionados; crearon sus propios sistemas de comunicación, que les permitieron coordinarse, organizarse y escucharse colectivamente para enfrentar
y superar su condición estructural de tantas carencias; lograron generar sus propios
sistemas de conocimiento, haciendo llegar a esas zonas abandonadas del sistema social, devastadas por los
sistemas productivos “normales” que generan lucro para pocos, la clara convicción
de que el conocimiento no es erudición, sino acción sobre el mundo, que permite diferenciar e integrar aquello que antes no era ni siquiera
pensable (García 2000, 88).
De ese modo desarrollaron, con apoyo de expertos externos o mediante la formación
universitaria de sus miembros, sus conocimientos sobre agroecología y los demás saberes
necesarios para las nuevas prácticas y formas de organización y acción. En concreto,
cambiaron los modos de trabajar la tierra, pasaron a almacenar el agua de la lluvia,
crearon herbicidas y fertilizantes orgánicos fabricados en el propio lugar, rescataron
conocimientos y prácticas naturales de sus antepasados para conservar las semillas
para los próximos plantíos (sin usar agrotóxicos). En una palabra, eliminaron por
completo el uso de venenos industriales. También rechazaron las semillas transgénicas,
por semillas nativas propias en un sistema solidario de cuidado y colaboración para
compartirse.
En ambos movimientos, sus agentes, tanto líderes como militantes, no se conforman
solo con comer bien y conquistar importantes grados de autodeterminación alimentaria, con plantar sin violentar la tierra, ni a los animales ni a las personas, sino que
están en rumbo decidido hacia la creación y ejercicio de una ciudadanía activa, abierta e incluyente, más allá de lo local y de las propias ventajas ya conseguidas.
Además de mejorar cada quien las condiciones propias de vida y de sus familias, hay
una preocupación en ayudar al prójimo, como muestra la frase que abre el título de
este texto, expresada con toda convicción por una agricultora familiar de Borborema.
La transformación paulatina de sus ecologías simbólicas se objetiva en sus prácticas discursivas que han sido capaces de rescribir y reditar
su memoria (ellos deciden qué quieren recordar, pero también qué olvidar), de redefinir su presente (cuáles son los retos, los adversarios, las condiciones y las propias fuerzas para
desocupar territorios culturales simbólicamente ocupados) y de forma dialógica diseñar
sus propios mundos posibles (que saben que no conseguirán en su totalidad, pero orientan con esperanza sus acciones).
“Olvidar” la explotación, “olvidar” la ignorancia, el desarraigo, el destierro y la
miseria de todos los días para crear las condiciones que les permitan vivir bien, que no quiere decir acumular sin límite, sino organizarse para necesitar poco, pero
bien hecho, saludable, no agresivo a la tierra ni a los otros. De ahí su implicación
en la creación de otras formas de organización colectiva capaces de actuar como agentes
colectivos, a diferentes escalas, en la compleja escena política brasileña contemporánea.
Es decir, ya lograron generar una transformación en las formas de coordinación de
acciones (una cultura de comunicación) muy distintas a las de su pasado sometido;
han actuado con éxito para garantizar su bienestar individual y colectivo; han logrado
energizarse, es decir, generar, acumular y movilizar sus propios capitales económicos, sociales
y culturales (Bourdieu 2001, 135-156) en el presente, mediante formas de organización y coordinación inteligentes, flexibles
y resilientes frente a perturbaciones como las que, desde la presidencia de Michel
Temer,33 enfrentan contra acciones que intentan reducir o quitar recursos públicos a los programas
de la agricultura familiar, lo que puede perjudicar la continuidad de muchos programas
sustentables.
Esos cambios y ajustes de profundidad y alcance diferentes, los han habilitado en
ambos casos, como agricultores/experimentadores,34 como verdaderos generadores de conocimiento, tanto para la producción de su vida
materia y sobrevivencia digna (de ahí la opción por la agroecología que restaña tejido
social y suelos improductivos en armonía con la naturaleza toda), como en el conocimiento
de su ser social, de su papel en la historia contemporánea de Brasil. Son ahora bien
capaces de realizar colectiva e individualmente novedosas diferenciaciones e integraciones desde lo biográfico y familiar, hasta escalas más totalizadoras en lo local, regional,
nacional y mundial. Lo que hemos reportado brevemente en este texto es revelador de
un proceso en que se desarrolla, como vimos antes, una cultura de conocimiento, de
información y de comunicación coherentes a sus necesidades, es decir, han desarrollado
cibercultur@, como su propia capacidad colectiva para ganar grados de autodeterminación
frente a sus problemas (González 2015: 233). Por un lado, realizan la documentación, sedimentación y cohesión interna de una
praxis revolucionaria inédita que contiene un proyecto civilizatorio, y, por el otro,
no dejan de relacionarse con un entorno móvil y complejo, con los poderes públicos,
las instituciones civiles y con la sociedad brasileña en su conjunto.
Cierre y aperturas
La agroecología aparece en estas dos experiencias como una estrategia inteligente
y colectiva en la reapropiación de las condiciones de producción antroponómica, en
la capacidad colectiva del control de su producción alimentaria y, por consiguiente,
la de sus propios cuerpos y sus propias mentes. El proceso ha permitido la desocupación
y la reocupación (a su modo) de sus propios territorios simbólicos (González 2015, 198), antes plenamente ocupados y procesados por otros y desde afuera.
Estos movimientos están en lucha constante por avanzar en grados de su autodeterminación
alimentaria e hídrica, frente a la dependencia permanente, contra su “destino”, contra
los intereses a los que sirvieron por generaciones, primero como esclavos, después
como peones, pequeños agricultores, otra vez más desposeídos de tierra, como trabajadores
no capacitados y en algunos casos favelados.35
Sin embargo, las experiencias analizadas en este artículo, al contrario de lo que
parecería fatal en el estudio de Bertaux sobre la sociedad francesa (1977) y el destino
de clase (la reproducción histórica de las condiciones de sumisión y explotación a
través de las generaciones), revelan que es posible hacer cambios una vez que las
personas se unen en un proceso de organización para desarrollar ese nuevo espíritu
civilizatorio, con sentido de colectividad, que cambia el presente, pero mira a un
futuro autosustentable para todos. Con toda claridad, podemos constatar el efecto
de todo lo anterior en el proceso de su propia autoafirmación política, concebida
como una fuerza organizada desde lo local a lo regional, extendida a lo nacional en
el MST y con relaciones e intercambios crecientes en la escala internacional. Asimismo,
han conseguido generar un discurso amplio con tomas de posición muy claras sobre los
derechos humanos, las desigualdades de género, la violencia social y familiar, la
dependencia y una buena porción de los malestares intrínsecos a los procesos de explotación
y degradación que los mantuvieron durante siglos como carne de cañón y lumpenproletariado
a la espera de ser absorbidos por las fuerzas del gran capital urbano, agroindustrial
y todo lo que ello implica para la industria alimentaria, la industria de los medicamentos,
la industria del crimen organizado y de la política clientelista. Este es un cambio
mayor desde cualquier punto de vista y en dicho cambio la opción por la agroecología
aparece casi como natural, porque así se reconquistan diversos tipos de soberanías, que su lugar inicial en
la historia les había negado. Al asumir el control relativo de su propia producción, estos dos movimientos sociales han logrado modificar en lo local las durísimas estructuras
de distribución y consumo antroponómicas. Nada fácil. Han construido, y siguen construyendo,
aun dentro de muchas contradicciones y obstáculos, las plataformas materiales y simbólicas
para evolucionar discursivamente de la ideología del Bonum est carentia mali (“bien” es no estar “mal”) y Mors tua, vita mea (“tu muerte es mi vida”) analizada por Alberto M. Cirese (1976, 219-238) en Italia del sur, a una elaboración simbólica incluyente, tan racional como emocional,
que se posiciona contundentemente así: “Si los demás están bien, yo estoy mejor”.
Como todas las luchas que valen la pena, esta tampoco ha terminado.