EL SACRIFICIO HUMANO Y LA SACRALIZACIÓN DE ESPACIOS Y ELEMENTOS ARQUITECTÓNICOS EN TEOTIHUACAN1

José Rodolfo Cid Beziez y Liliana Torres Sanders*

Zona Arqueológica de Teotihuacan, INAH *Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM

Resumen: Las excavaciones arqueológicas que se llevan a cabo en unidades habitacionales, en la zona periférica de la antigua ciudad de Teotihuacan, han permitido verificar algunos datos sobre la práctica del sacrificio humano. De acuerdo con los contextos en los que se han localizado algunos entierros inferimos que dicha práctica es parte de un rito para sacralizar determinados espacios o elementos arquitectónicos en los conjuntos departamentales y una repetición de los actos sagrados efectuados en la erección de los grandes monumentos del centro ceremonial. La consagración de un lugar dentro de la construcción establece el centro del lugar, el centro de reunión familiar para la realización de actos religiosos.

Palabras clave: sacrificio humano, espacio sagrado, cremación, desmembramiento, huellas de corte.

INTRODUCCIÓN

Este trabajo corresponde a los resultados preliminares de un amplio estudio sistemático e interdisciplinario que se está realizando con restos óseos recuperados durante los trabajos de salvamento arqueológico en el área del Campo Militar ubicado en el poblado de Teotihuacán de Arista.

Además de los estudios osteológicos tradicionales, hemos iniciado un análisis sobre el sacrificio humano, tratando de establecer una relación del tipo de hallazgo con su contexto y el espacio arquitectónico para definir la posible función social de esta práctica cultural.

1 Este trabajo fue presentado en la mesa sobre Sacrificio Humano y Canibalismo en el XIII CICAE, realizado en la ciudad de México en julio-agosto de 1993.

 

En diferentes sitios de Teotihuacan se han reportado cráneos con las primeras vértebras cervicales, segmentos óseos, individuos cremados y sacrificio infantil, sin que hasta la fecha se hayan realizado estudios sistemáticos sobre este hecho para tener pruebas objetivas que nos permitan, en primer lugar, tener materiales de comparación y,segundo, tratar de interpretar estos eventos.

Uno de los problemas más importantes para la comprensión de las actividades culturales por parte de los pueblos prehispánicos radica precisamente en entender los procesos de formación de contexto arqueológico, sin pretender reconstruir los procesos de transformación natural o social a partir de los restos materiales.

Como principio planteamos que todo tipo de actividad humana deja evidencia en la naturaleza, como resultado de la realización de los procesos de trabajo. Esta evidencia no se encuentra aleatoriamente en el espacio, existen patrones de distribución de acuerdo con el tipo de actividades que se desempeñaron en momentos determinados, en una estrecha relación espaciotemporal.

El contexto arqueológico sufre modificaciones debidas a actividades y reutilización del espacio, y como consecuencia de la alteración natural. Por lo tanto, la cultura material no suele ser reflejo directo del comportamiento humano, sino más bien una transformación de ese comportamiento.

Pero en el caso de las prácticas funerarias, este tipo de generalizaciones resulta poco convincente, y se hace evidente la solidez de la idea según la cual la cultura material es un reflejo indirecto de la sociedad humana. Aquí empezamos a vislumbrar que son las ideas, las creencias y los significados los que se interponen entre la gente y las cosas. El enterramiento adopta distintas formas, que son reflejo de la sociedad. Estas distintas formas dependen claramente de la actitud de esa sociedad hacia la muerte (Hodder, 1988: l5).

En arqueología toda deducción o inferencia se realiza a partir de la cultura material, de ahí la dificultad de cómo estudiar el simbolismo del pasado. La relación de cultura material y organización social es cultural, se encuentra ahí; la tarea de nosotros es interpretar y comprender esta relación que se halla en la evidencia.

Es claro que un objeto no nos dice nada por sí mismo; para poder ofrecer una interpretación necesitamos que exista una relación entre éste y un contexto determinado.

Para poder explicar por qué equis forma cultural tiene un significado es necesario examinar las asociaciones y contextos; por lo tanto: ¿es válido establecer generalizaciones a través del tiempo para contextos parecidos?, ¿es posible que en las tradiciones culturales existan continuidades a través del tiempo sin que sufran transformaciones y cambios?

Ante estas dos interrogantes es conveniente establecer que se han hecho intentos para analizar la arquitectura, pero sobre todo la pintura mural, estudiando las imágenes teotihuacanas en sus propios términos y tratando de no hacer referencia a otras culturas (Kubler, 1967 y 1972; Von Winning, 1987; Langley, 1986; Millon, 1991; Pasztory, 1990), aunque no se han realizado estudios sobre entierros en este sentido.

Intentando dar respuesta a los cuestionamientos planteados seguimos el método de Kubler (1967); a partir de la evidencia intrínseca tratamos de explicar nuestros hallazgos.

Evidencia intrínseca debe tomarse como toda prueba dirigida a los sentidos, consistente principalmente de objetos arqueológicos, experimentos y ensayos. Presuposiciones tales como la proposición de que el último elemento de un agregado representa necesariamente un terminus ante quem, debe considerarse como sustitutos de la evidencia en lugar de la evidencia misma. Al igual que la evidencia legal, la evidencia intrínseca del pasado debe ser pertinente al período bajo estudio, competente de acuerdo a leyes de discusión aceptadas, y material útil para probar o negar puntos en cuestión.

Por ello no utilizamos un estudio analógico, ya que sin una correlación cuidadosa su pertinencia resulta discutible, su competencia imperfecta y pierde importancia debido a su lejanía de los temas mismos, dado que existe una disociación entre forma y significado dentro del largo periodo histórico. Algunas de estas disociaciones pueden interpretarse como la indicación del reemplazo de una cultura a otra más que una continuidad, lo que se observa es un fenómeno de disyunción.

Otro problema es la insuficiente información escrita para la mayor parte de las culturas prehispánicas, lo cual limita nuestro entendimiento, impidiendo definir diferencias.

EL SACRIFICIO HUMANO Y EL ESPACIO SAGRADO

El sacrificio humano en la época prehispánica está ampliamente documentado por varios autores, Serrano, Lagunas y López (1976); López, Lagunas y Serrano (1970); González Miranda (1989); Cabrera, Cowgill y Sugiyama (1990), con evidencia muy clara en las temporadas de campo del Proyecto 8082 y los trabajos del Templo de Quetzalcóatl.

Sobre el concepto del sacrificio humano González Torres (1988) dice:

El sacrificio es un mito y, como tal, persigue el mismo fin general que éste, es decir, forma parte de una acción simbólica que se cree capaz de afectar al mundo sobrenatural y reproducir el orden establecido; no es sin embargo, el único rito mediante el cual se puede establecer la comunicación con lo sobrenatural; también se puede hacer mediante oraciones, ofrendas o prácticas ascéticas[...] El sacrificio puede ser un don o no; y cuando se trata de un don se convierte en ofrenda, porque implica una relación asimétrica del status; es decir, el ofrendante se encuentra en una posición inferior a quien recibe la ofrenda, que es un ser sobrenatural dotado de poderes extrahumanos. El sacrificio no es una ofrenda cuando su fin es la repetición de un acontecimiento mítico ni cuando se destina a la cimentación o a la construcción de edificios ni en el caso de cierto tipo de sacrificio de expiación.

El sacrificio es una práctica ritual considerada como necesaria socialmente y expresa una tendencia al consumo de valores de uso en uno u otro sentido.

La relación imaginaria con el mundo sobrenatural, el de las divinidades a quienes se atribuía un poder de control sobre los aspectos visibles de la naturaleza, definía una función social dentro de la sociedad... El sacrificio se encuentra entre los principales mecanismos o acciones imaginarias implementados con la intención de influir en las entidades sagradas que representaban a los factores naturales[...] (Palomo, 1986).

La diversidad de las formas concretas de su realización –decapitación, desmembramiento, incineración, sacrificio infantil, extracción de corazón– se practicaba siempre con un mismo procedimiento, la destrucción de una víctima, que se sitúa entre la acción sacrificial y su función social. Aunque nos encontramos ante una forma de control imaginario de la naturaleza, este aspecto religioso, dada su amplia aceptación social, no dejaba de traducirse en un control social, en la medida en que era un medio para influir y comunicarse con las divinidades (idem).

La diversidad de las formas concretas mediante las cuales se efectuaba el sacrificio determinaba la separacion del espacio profano del espacio sagrado.

Según Eliade (1988), el espacio sagrado se revela bajo una especie u otra. “La revelación no se produce necesariamente por intermedio de formas hierofánicas directas; se obtiene a veces por medio de una técnica tradicional nacida de un sistema cosmológico y fundada en él. La orientation es uno de los procedimientos empleados para descubrir los emplazamientos”.

Toda orientación implica la adquisición de un punto fijo, el cual conjuga todos los elementos arquitectónicos estableciendo un centro, el centro del mundo, un axis mundi que une, a la vez que sostiene, el cielo con la tierra y cuya base está hundida en el inframundo.

La edificación de este centro es una repetición mítica del tiempo del origen, de lo que aconteció al principio, una repetición de un hecho sagrado relevante como puede ser la consagración de los espacios sagrados, de las plazas del centro ceremonial: plazas y pirámides del Sol y de la Luna, y la Ciudadela, donde de acuerdo con datos arqueológicos existió un sacrificio humano masivo, al menos en la Pirámide del Sol y en la Ciudadela (Batres, 1906; Cabrera, Cowgill, Sugiyama y Serrano, 1989), los cuales pudieron haber sido tomados como elementos arquetípicos.

Los templos son réplicas de la montaña sagrada y constituyen por excelencia el vínculo entre la tierra y el cielo, y sus cimientos se hunden profundamente en las regiones inferiores. “El valor apodítico del mito se reconfirma periódicamente por los rituales. La rememoración y la reactualizacion del acontecimiento primordial ayuda al hombre a distinguir y a retener lo real. Gracias a la continua repetición de un gesto paradigmático, algo se revela como fijo y duradero en el flujo universal” (Eliade, 1985).

Con la repetición indefinida del mismo gesto paradigmático el hombre conquista constantemente el mundo, organiza, transforma el paisaje natural en medio cultural. Para él la existencia del mundo es el resultado de un acto divino de creación, sus estructuras y sus ritmos son el producto de los acontecimientos que tuvieron lugar en el comienzo del tiempo.

La función del mito es revelar modelos, proporciona así una significación al mundo y a la existencia humana, originando un control social.

LOS DATOS Y LAS EVIDENCIAS

Nuestra área de estudio se localiza en la zona periférica, en el sector oeste de la antigua ciudad de Teotihuacan, colinda con el sitio conocido como Tlailotlacan o Barrio Oaxaqueño, en algunas zonas de los sectores NlW5; NlW6; N2W5; N2W6; N3W5; N3W6 (Millon, 1973); en esta zona se ha realizado un reconocimiento general de superficie para conocer las condiciones reales de las estructuras, poder realizar un balance, diseñar una estrategia de trabajo y proceder posteriormente a excavar intensiva o extensivamente, según el caso, donde se realizarían obras de ingeniería.

Cabe aclarar que las condiciones de conservación de dichos sitios no son las adecuadas, ya que los terrenos han sufrido a través del tiempo una serie de afectaciones culturales y naturales, por lo cual en algunos casos no fue posible obtener información suficiente para definir los espacios arquitectónicos. A éstos los hemos caracterizado en lo general en tres categorías: espacios abiertos, espacios cerrados y áreas de circulación.

Se entiende por área de circulación un espacio que permite la libre circulación de un espacio arquitectónico a otro; estas áreas pueden estar descubiertas, como pasillos, banquetas y pórticos.

Los espacios cerrados, propiamente dichos, son las crujías –habitaciones– a las cuales en algunos casos las precede un vestíbulo.

Los espacios abiertos los subdividimos en plazas, patios y traspatios, los cuales comparten una serie de características similares, como son proporcionar ventilación, iluminación, tener un drenaje pluvial y mantener una estrecha relación con las áreas de circulación.

Los traspatios generalmente se encuentran en las esquinas de los módulos constructivos teotihuacanos; su posible función, de acuerdo con los datos arqueológicos, era depositar desechos (Manzanilla, 1993), aunque no se descartan otras posibles funciones.

Los denominados por Manzanilla patios de servicio son espacios en torno a los cuales se agrupan las habitaciones con pórticos o sin ellos.

Las plazas, llamadas patios de culto (idem), se definen por presentar dos características que deben considerarse indispensables: uno o varios basamentos piramidales –no importan sus dimensiones–, distribuidos en torno al espacio abierto y guardando una proporción simétrica; la segunda condicionante es presentar un altar o adoratorio en el centro o muy próximo a éste. La relevancia de poder diferenciar un patio de una plaza no es precisamente de forma sino de contenido simbólico. La importancia de poder diferenciar estos espacios nos determina en primer lugar el área de actividad al interior de los mismos: en un patio muy probablemente se observan elementos que indican actividades cotidianas, en la plaza el contexto nos indicará elementos rituales.

La definición de los espacios arquitectónicos nos permite determinar la posible función social de las áreas de actividad que se realizaban en ellos y tratar de explicar el porqué de la presencia de entierros humanos en ellos.

A partir de un registro detallado y meticuloso hemos clasificado a los entierros a partir de su contexto en: entierros domésticos y entierros sacros. Los últimos corresponden a individuos localizados en plazas, asociados a basamentos y altares, cumpliendo una función ideológico-social al interior de la sociedad. De estos entierros presentamos tres ejemplos: dos entierros 10 y 16, provienen de la estructura 22 de N1W6 (Millon, 1973) y el entierro 2a, de la cala 14 realizada en la colindancia de los sectores NlW5 y N2W6 (idem).

Entierro 10

Al examinar el piso de la plaza sur del conjunto se observaba una pequeña depresión, con cuarteaduras en torno a ella; se levantaron dos pisos y se detectó la tierra quemada revuelta con pequeños fragmentos de carbón; al continuar la excavación se delimitó la fosa cavada en el tepetate; la primera evidencia del entierro fue la unión tibio-femoral de ambas piernas (figura 1); del cráneo se encontraron fragmentos esparcidos por toda la fosa y en diferentes niveles, lo que indica que estalló por altas temperaturas; de la cintura escapular no se tiene evidencia; en las extremidades superiores del brazo izquierdo se encontró la unión húmero-cúbito. La columna vertebral y caja torácica estaban dispersas, salvo tres vértebras dorsales que se encontraban en relación anatómica; la cintura pélvica conservó asociación con los miembros inferiores, en perfecta relación anatómica hasta los pies, cuyas plantas se encontraban empalmadas (figura 2).

Figura 1. Proyecto Salvamento Cuartel Militar. Reconstrucción hipotética de la Plaza 5 de S22:N1W6 a partir de los datos arqueológicos, donde se localizó el entierro 10.

Figura 2. Entierro 10. Sedente.

El individuo presenta el estado de maduración ósea de un niño de tercera infancia, de sexo indeterminable. Los materiales asociados consistieron en una vasija fitomorfa, varias vasijas miniaturas, cuentas de años, fragmentos de mica y pizarra y una concha.

La coloración de los huesos y el hecho de que el cráneo y dientes estallaran, encontrándose dispersos por toda la fosa, nos indican que estuvo expuesto a temperaturas entre los 700 y 900 grados centígrados.

Entierro 16

Este entierro se localiza en una de las plazas de la estructura 22 de N1W6 (figura 3). Su descubrimiento se debió a una pequeña depresión del piso en la esquina sureste del altar sin que existiera un parche en el piso, como es característico de los entierros teotihuacanos. La excavación se realizó con sumo cuidado, levantando el piso, firme de tepetate y el relleno; en el contacto del piso y el firme de tepetate empezaron a aparecer pequeños fragmentos de carbón, lo que indicó que existía material cremado.

Este entierro se encuentra en una fosa cavada en el tepetate de 0.96 m norte-sur, por 0.88 m de este-oeste; es importante señalar que una parte de esta fosa se encuentra debajo del altar.

En el primer nivel los materiales arqueológicos se encontraban sin orden aparente, pero al continuar la excavación se pudo observar que existían distintas regiones óseas en relación anatómica, como vértebras cervicales con fragmentos de cráneo y mandíbula; tres vértebras lumbares y una vértebra sacra junto a la pelvis y al fémur (figura 4).

Además de los materiales óseos se encontraron vasijas de cerámica, fragmentos de pizarra y conchas marinas –Oliva, Chama, Fasciolaria– como parte de la ofrenda.

Se trata de una cremación individual (figura 5), donde se observan huesos cremados, así como incinerados parcialmente, lo cual se debe a la distancia y posición que tuvieron con relación a la fuente de calor. Su coloración, que va desde el natural del hueso con un ligero ahumado hasta el negro, gris y blanco, nos indica que se presentaron temperaturas superiores a los 700 grados centígrados, por lo que se produjeron fracturas finas de algunos fragmentos,

Figura 3. Entierro 16. Localizado en la esquina del altar.

Figura 4. Entierro 16. Detalle donde se aprecian vértebras lumbares y primera sacra en relación anatómica.

Figura 5. Entierro 16. Reconstrucción en laboratorio.

el estallido del esmalte y fragmentación de las coronas de los dientes. Asimismo, se presenta alteración en el tejido trabecular y una coloración negra brillante en algunos restos, lo cual nos indica que el hueso fue incinerado en estado fresco (Ubelaker, 1992; Guillon, 1986; Pijoán, comunicación personal).

A pesar del mal estado de conservación de los restos óseos, se realizó un estudio cuidadoso en el laboratorio para la determinación de edad y sexo.

Se siguieron los métodos de Ubelaker (1992), Krogman e Iscan (1986), McKern y Steward (1957), Brothwell (1981), Schour y Massler (citado por Brothwell, 1981), así como la información reportada en libros de anatomía y fisiología Testut y Latarjet (1972), McMinn y Hutchings (1990). Se trata de un individuo adolescente. Las características que nos permitieron identificar la edad fueron: la presencia de varias epífisis sin osificar como la cabeza humeral y femoral, epífisis distal de la tibia, la vértebra sacra aislada; el esternón se localizó en cuatro partes con la división intermedia muy rugosa; además, la superficie auricular del ilion presenta una organización transversal y no muestra actividad retroarticular o porosidad; un tercer molar se encuentra alojado en el alveolo. Por todas estas características establecemos una edad entre 16 y 18 años.

Con respecto al sexo, y tomando en cuenta que en individuos muy jóvenes existen pocas diferencias sexuales, proponemos que se trata de un adolescente cuyo sexo no fue posible determinar.

Entierro 2a

Este entierro se localizó en la cala 14, dicha estructura se presentaba como hipotética, ya que en este lugar la evidencia en superficie muestra una secuencia de terrazas pequeñas, y la escasa presencia de materiales arqueológicos hacía suponer que se trataba de zonas de cultivo. Al realizar las calas se localizaron entierros y cimientos de muros, y muy pocos fragmentos de pisos de concreto y empedrados, lo que permitió definirlos como terrazas habitacionales. A pesar del pésimo estado de conservación de la estructura, por efecto de la actividad antrópica, se pudieron diferenciar los tipos de espacios arquitectónicos sin tener la certidumbre sobre los espacios abiertos, para poder clasificar si se trata de una plaza o de un patio; considerando que existen algunos elementos similares con otras áreas, proponemos que el espacio donde se localizó el entierro 2 se trata de una plaza.

En el centro de dicho espacio arquitectónico se localizó una concentración de vasijas que contenían en su interior restos óseos infantiles –aunque sobre el particular no abundaremos, ya que no es el tema de este trabajo y será presentado en otra ocasión. Al sur de las vasijas se localizaron restos de un mínimo de cuatro individuos: dos adultos femeninos, un adulto masculino y un adolescente. Se localizó una pierna en relación anatómica –fémur, tibia, peroné y pie– y a un lado secciones de la columna vertebral (figura 6); el resto del material se encontró sin relación anatómica. De estos materiales los que se encontraban en la sección SW tenían claras huellas de exposición al fuego y por las características de los huesos, las temperaturas alcanzadas en esta sección van de los 700 a los 800 grados centígrados.

Algunos fragmentos de cráneo y huesos largos presentan alteración trabecular, lo cual nos indica que fueron cremados en estado fresco.

Ante la sospecha de sacrificio humano por cremación y desmembramiento decidimos buscar evidencias de huellas de corte, para lo cual utilizamos la técnica diseñada por Pijoán y Pastrana (1989). En el entierro 10 se localizaron en algunos fragmentos de cráneo exclusivamente; en el entierro 16 se presentan en el occipital y parietal (figuras 7 y 8), en vértebras y en la tibia izquierda (figura 9); las evidencias en estos esqueletos son escasas debido a la exposición al fuego a que fueron sometidos los individuos. En el entierro 2a la evidencia

Figura 6. Entierro 2a. Detalle de miembros inferiores en relación anatómica.

Figura 7. Entierro 16. Occipital con huella de corte cerca de sutura lambdoidea.

Figura 8. Entierro 16. Parietal con huellas de corte longitudinales y transversales.

Figura 9. Entierro 16. Fragmento de tibia con huellas de corte.

de desmembramiento es muy clara, al tener la pierna completa y secciones de la columna vertebral en relación, indica que fueron depositados con partes blandas; además, muestran golpes en el trocánter mayor y en ambos cóndilos; en la tibia se presentan tres grupos de huellas de corte, uno en el tercer cuarto de la diáfisis de la parte distal a la proximal y otros dos en la porción distal de la misma (figura 10). En los fragmentos de cráneo localizados se observa un corte en el occipital cerca de la sutura occípito-temporal, y otro muy fino en un frontal femenino. En el segmento de columna vertebral se puede ver la huella de un instrumento con punta de forma circular, dejó que una estría en el fondo del golpe en el grupo de vértebras cervicales (5a, 6a y 7a) (figura 11), según se observa a nivel microscópico.

CONCLUSIONES

El registro meticuloso de los datos del contexto arqueológico nos ha permitido determinar que los entierros cremados fueron colocados antes de la edificación de los altares, quedando parte de los individuos abajo de los muros de

cimentación de la construcción. Por eso consideramos importante diferenciar las plazas de los patios. Al analizar los elementos arquitectónicos, que componen cada espacio, se puede inferir la función del área de actividad; en las plazas tenemos altares y basamentos para templos, lo cual indica que el tipo de eventos realizados en estos lugares correspondía a prácticas religiosas. Al localizar entierros en estos contextos se observaba una diferencia implícita que había que explicar y diferenciar de los encontrados en los otros espacios de la unidad habitacional: en estos individuos se observan huellas de corte, lo que implica que su muerte no fue natural, sino violenta, destructiva al concretarse el sacrificio humano. Éste no es una ofrenda, sino un mito que forma parte de una acción simbólica ampliamente aceptada socialmente, originando un control social. La diversidad concreta de la realización del sacrificio determinaba la separación del espacio profano del espacio sagrado, estableciendo un centro, el centro del mundo, un axis mundi, que une los tres niveles del mundo: el cielo, la tierra y penetra en el inframundo.

La edificación de este centro es una repetición mítica de un acontecimiento sagrado, la repeticion de un gesto paradigmático que toma elementos arquetípicos. Este centro se localiza al interior de una casa, en una unidad habitacional, en el centro de barrio y en el centro ceremonial; al localizar el centro y repetir el mito se da significación al mundo y a la existencia humana.

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